La corrida concurso, una engañifa consentida

Este estrafalario escaparate zoológico es ya un esperpento que sólo interesa a quien se quita una boca del pienso y al que la compra 

Paúl Abadía ‘Serranito’ escapó de milagro a la voltereta del toro Desmamado de José Luis Pereda.

Paúl Abadía ‘Serranito’ escapó de milagro a la voltereta del toro Desmamado de José Luis Pereda. / Andreea Vornicu

Carmelo Moya

Carmelo Moya

Parece difícil pero cada año, el resultado de la llamada corrida concurso de ganaderías arroja un resultado más sonrojante. Incluida por contrato como una de las obligaciones a las que ha de someterse la empresa adjudicataria, la calidad del ganado destinado a este tipo de festejos y el formato de seis matadores de la presente edición ha terminado por descalabrar cualquier presupuesto por estrambótico que pareciera.

Un festejo categorizado en una plaza de primera en la feria de la cuarta ciudad de –todavía– España debiera estar totalmente opuesto a lo que Zúñiga y toros, SL ha ofrecido este domingo.

No hablamos ya de lujo, hablamos de un mínimo de dignidad y decoro en la elección de los toros. No pueden saltar dos animaluchos con prácticamente seis años (al límite de su aptitud para ser lidiados) y otros dos más, cinqueños, cada uno de su padre y de su madre. Imposible sustraerse al clamoroso tufo a rebañón entre los restos de serie de aquí y de allá.

Pero a ello también contribuyó un cartel de toreros (tres de ellos aragoneses) que, aun ganando, perdían. Porque, imaginando que cualquiera de ellos hubiera alcanzado el triunfo, un triunfo clamoroso... ¿para qué les sirve? ¿para repetir en Zaragoza con otra corrida más chunga todavía en abril? ¿para quedarse fuera de Huesca, de Teruel, de Calatayud, de Tarazona...? ¿para qué?

¿Y Joselillo? que sinceramente, pintaba menos en la corrida que un requeté en la zona roja.

En este birlibirloque –la quito, la pongo, la meto, la saco– sólo hay una parte que sale beneficiada y es la propia empresa que, si empata en taquilla, gana.

En este desfile, cada cual se disfraza de lo que le viene en gana. Al caballo de picar le tapan los ojos sin preguntarle, no tiene opción, pero hay personas adultas que se ponen la venda voluntariamente.

En este devaluado despropósito de cartel hasta el que gana, pierde

Entre los aragoneses que «defendieron» la corrida estuvo un Paulita que dio la cara ante un toraco de Castillejo de Huebra fuera de cualquier parámetro de su casta y procedencia: con alzada del caballón que te mira por encima del hombro, movilidad sin entrega, arreones a oleadas y cabeceo de tornillazo violento.

Paulita no se escondió a lo largo de una faena más extensa de lo que merecía el furo; toda a derechas pues por el izquierdo el toro disparaba a matar hasta que acabó rajado.

Similar esfuerzo realizó Serranito con el viejuno toro (casi 6 años) de José Luis Pereda al que recibió a porta gayola. El adefesio, tan desmesurado como estrafalario, no parecía perteneciente a la raza de lidia sino de exhibición en la Casa de fieras. Aceptó apenas medios muletazos antes de voltear al torero al que arrancó el hombrillo izquierdo de la chaquetilla. Good miracle.

También de Pereda pero esta vez como sobrero fue el tercero, correspondiente a Joselillo, protestadísimo también por inválido y venido a menos a cada minuto que transcurría mientras el de Valladolid iba metiéndose entre los pitones para nada.

Más fortuna tuvo Rubén Pinar con el toro de Sánchez Herrero, un animal más normalito que, en comparación con los demás parecía un eral. Por lo menos fue asequible. Descolgó con frecuencia en un deambular chochón y noblote que el de Albacete aprovechó sin poner nada de su parte aplicando tarifa plana a un deambular en el que al final casi le falta ruedo. Todo por no discutir con el toro.

El torero de Pina de Ebro Carlos Gallego apechugó con un toro de Aurelio Hernando, suelto de carnes y blandote que fue sometido a una lidia muy desordenada antes de venirse a menos.

Cerraba la interminable corrida Juan del Álamo (Jonathan Sánchez Peix, de civil) a quien se adjudicó un toro de Hermanos Cambronell ya que en este tipo de corridas no hay sorteo. Fue otro matusalén de casi seis años, metido en un cuerpo sin exageraciones, de pelea regular en el caballo y con el que del Álamo no alcanzó momentos reseñables más allá de series conformistas de medios muletazos.