Le llegó su San Martín. El Refugio del Crápula, en la calle Mayor, cierra sus puertas. Y la noticia, no por esperada, ha sido menos tormentosa para sus habituales. Las ovejas negras de la ciudad se van quedando sin alternativas mientras la noche zaragozana se transforma y los locales de marcha nocturna se uniforman.

En su angosto interior sonó mucho rock, mucho punk, rumba, folk, jazz, tango y, últimamente, bastante reggae y dub. En las paredes aún se anuncian lanzamientos de bandas como Prau o Ixena. La declaración de Espacio AntiOtan se junta con las postales de Carlos Gardel y las fotos de viejos clientes. «Cogimos el bar cuando llevaba tres años desde que lo abrió José Emilio, pues antes esto era una tienda de lámparas», afirman dos de las socias fundadoras: Marimar López y Marga Francés. Junto con Patxi García y Ramón Alconchel llevan los últimos 19 años (desde el 1 de febrero del 2000) ofreciendo refugio al género noctámbulo.

Las pegatinas son un clásico del Crápula. Un sello de distinción que lo hace emparentar con locales alternativos de todo el mundo. Colectivos antifascistas, grupos de música, reivindicaciones obreras. En las paredes quedan estampados así los anhelos de la gente que pasó por el barrio, en decenas de idiomas. El próximo 1 de febrero celebrarán la fiesta de despedida y cerrarán la persiana por última vez. Volverán los clásicos, prometen. La parroquia del local siempre ha sido eso que se califica como lo mejor de cada casa. En los años buenos era habitual hacer las ocho de la mañana y tener que sacar a los irreductibles casi a escobazos.

Alternativas

En Locales para la utopía, la Madalena y sus bares (1980-1990), incluido en el Zaragoza rebelde, Antonio Tausiet recuerda que El Refugio del Crápula abrió «con la intención de servir de café por las tardes, con sus mesas, sus ajedreces y sus planos antiguos de la ciudad» para ejercer como pub por las noches «con sus actuaciones y su música festiva y alternativa».

Ese espíritu original lo recuperó (en parte) en los últimos años gracias al influjo del Juepincho, pues el público cada vez llegaba antes. Su pequeña terraza, bajo la torre mudéjar del barrio, también fue un espacio de resistencia frente a las modas. «La zona ha virado hacia el día: ha pasado de ser una zona de copas a ser un área para tapear», dicen al constatar que los jóvenes «hacen amigos de otra manera, ya no acuden a zonas de marcha».

Lamentan golpes como la ley del tabaco, las restricciones en los horarios de cierre o la proliferación del botellón. «Sostener el bar trabajando menos horas hace menos viables los locales, pues los gastos fijos siempre son los mismos», alegan. Aunque lo importante es fijarse en todo lo bueno, que hubo más de lo normal. Los habituales podían bajar al Crápula casi cualquier día de la semana y saber que encontrarían buen ambiente, alguna iniciativa curiosa, conocidos tras la barra y temas de discusión.

Las impulsoras del local recuerdan todo lo bailado entre sus muros con emoción. Se nota que les cuesta mirar al pasado en un momento como este. Marga reconoce que se sacó los estudios de Psicología estudiando detrás de la barra, con La Polla Records retumbando de fondo. En el bar ha sonado de todo. También en directo. Desde Mauricio Aznar para estrenar su proyecto de chacareras hasta bandas formadas por los gitanos rumberos del barrio como Los Combays o como los turolenses Azero. Rock de pueblo, clamaban.

El bar en sus primeros años era similar en apariencia; ya tenía una línea marcada, abriendo seis días a la semana, con numerosas actividades: los lunes proyectaban películas, los miércoles se bailaba tango y las jamsesions se organizaban los jueves. Con ligeras variaciones es una dinámica que se ha mantenido en el tiempo hasta que no ha dado más de sí. Los propietarios del local quieren vender y seguramente cambiará de actividad poniendo punto y final al proyecto. «Llegó el diseño y barrió con todo», aceptan.

Este fin de semana la nostalgia ha inundado el Crápula. El viernes sonó música para recordar las canciones del DeVizio. Y ayer colectivos como Dubtopians o Skank45 y Pendejo hicieron rodar sus platos en homenaje a otros ilustres bares del barrio caídos en acto de servicio: La otra y la Botica.

Noches escandalosas

«Me cuesta imaginarme en otro bar», reflexiona Marta Soro, camarera en el local en dos etapas. Varios años al comienzo y en la última etapa junto a Laura Gimeno. Confirma también que pasa la vida igual que pasa la corriente, según cantaban los Pata Negra. «Ha costado enganchar a la gente joven», insiste. Y eso que ahí se han vivido noches escandalosas, se ha conspirado, se ha bailado ska y se ha salvado el mundo en más de una ocasión. «Es un sitio que me ha dado mucho, me permitió conocer mucha y muy buena gente, amigos para toda la vida, pues siempre seré un crápula», confirma el que fuera encargado del local durante seis años, César Domeque.

El Refugio del Crápula ha sido también un referente en la vida social del barrio de la Madalena. Sin la letra g, como se estila por allí. Las partidas simultáneas de ajedrez en la puerta del garito durante la semana cultural atraían año tras año a una decena de aficionados. Todo frente al mural del colectivo Malavida en el que se afirma: No al maltrato, ¡animal! Lo peor que puede pasar en un bar es que se enciendan las luces.