Cerca de un año de aventura entre el Pirineo, Barcelona, Francia y casi la URSS. Un tiempo de buenos momentos y también de otros de verdadera penuria. Pero, sobre todo, un periodo de compañerismo y de amistad, en el que los 72 miembros de la agrupación Zaragoza de los Scouts vivieron una experiencia única en pleno estallido de la guerra civil. Esto es lo que relata la obra Historia de un campamento, un libro escrito por Patricio Borobio, uno de los que vivieron aquella situación y que desglosa al detalle lo que pasaron y los escenarios en los que se desarrollaron. El autor, fallecido en el año 2014, reescribió tres veces el texto a lo largo de su vida hasta que, finalmente se publicó en junio de este año.

El recorrido comienza en Zaragoza, en julio de 1936, cuando inician el viaje hacia la montaña. A partir de ahí, y liderados por el jefe del campamento, el holandés Herman Timmerman, lo que parecía que iba a ser un campamento de jóvenes en uno de los rincones pirenaicos más bellos se convierte en algo completamente distinto al estallar la guerra civil. Atrapados en una zona controlada por los republicanos y sin poder regresar a la ciudad, en el poder del bando nacional, los jóvenes quedaron atrapados en el valle, vigilados por los milicianos anarquistas que, de vez en cuando, visitaban el campamento y requisaban materiales.

Los 15 días en Ordesa se convirtieron en mes y medio, con la comida racionada y las inclemencias del tiempo de montaña. También, con el periódico que escribían en la máquina de escribir de Timmerman y la expectación que levantaba entre los chavales la chica belga que pasaba con su familia sus vacaciones. Después, Aínsa, donde padecieron de cerca la realidad de la guerra. De ahí, a Barcelona y, por último Lourdes, en donde estuvieron a punto de acabar en la URSS, enviados por la República. Un proverbial canje por un grupo de coristas de Barcelona que estaba en Zaragoza permitió que regresaran a sus casas en abril de 1937.

«Gracias a Dios es una historia bonita porque luego terminó todo bien», recuerda Pedro, hijo de Luis Cariñena, quien era un lobato de 9 años en el campamento. Su recorrido resulta duro, puesto que el desprendimiento de una roca le hizo perder el dedo índice de la mano derecha, contrajo el sarampión en Ordesa y, en Barcelona, el tifus. Precisamente, alí estuvo ingresado en el hospital militar, pero un compañero del campamento le raptó cuando iban a zarpar rumbo a Francia, para que no se separara el grupo. Sobre este otro scout, Pedro destaca: «Estaban en guerra y realmente fue un héroe». También recuerda la historia de su abuelo que, con documentación falsa (era médico militar en Zaragoza) consiguió llegar hasta Francia y visitar a los chicos, si bien no pudo saludar a su hijo para no levantar sospechas.

«Mi padre siempre hablaba de lo bueno, se quedaba con los compañeros tan buenos que ha tenido. Hasta el día de su fallecimiento, seguía reuniéndose con los que quedaban en Zaragoza. Todos los sábados se iban a tomar sus huevos fritos con 80 o 90 años», rememora Ana, hija de Juan López Blanco, quien acudió al campamento con sus hermanos José y Luis. «Mi padre lo vivió como todos, con frío, con hambre, pasándolo mal... pero también pasaron ratos muy buenos. Pero de lo que más nos hablaba siempre a todos los hijos era todo positivo: la complicidad entre ellos, el compañerismo, la camaradería...». También, recuerda a sor Fraçoise, una de las monjas que los cuidó en Lourdes con total dedicación. Y, por supuesto, al señor Timmerman que, al ser belga, se podría haber desentendido del campamento y regresar a su país, pero que dedidió quedarse.

También se acuerda de historias que contaba su padre, como las escapadas que hacían en Barcelona para ver a unas chicas. Y sobre todo, destaca la amistad, a pesar del contexto que vivieron: «En el mismo grupo de amigos había de todas las tendencias (políticas), eso daba completamente igual. No les importaba nada, habían estado juntos viviendo eso y eran amigos hasta siempre», concluye.