Francisco Franco sufrió una lenta agonía que acabó con su muerte el 20 de noviembre de 1975. Esos días, entre tubos y aparatos, los vivió con un manto de la Virgen del Pilar a los pies de su cama, dada la veneración que sentía por su figura. Esta anécdota del manto regalado por el entonces arzobispo de Zaragoza y consejero del reino, Pedro Cantero Cuadrado, es conocida. Pero es menos conocida que la fe que los Franco profesaban a la Virgen llegó al extremo de que su familia política, la del marqués de Villaverde, se planteó la posibilidad en los años 50, poco antes de la construcción del Valle de los Caídos, de elegir la basílica del Pilar como lugar de enterramiento de la dinastía, dictador incluido.

Esta tesis la sostiene el historiador y sacerdote Pascual Martínez Calvo, quien en el libro colectivo Las necrópolis de Zaragoza, editado por el ayuntamiento de la ciudad en 1991, llega a asegurar que la capilla destinada para ejercer de cripta era la de San José o la del Santísimo, fundada precisamente por la familia de los Villaverde.

Este historiador, fallecido recientemente, asegura en esa publicación que en la década de los 50 del siglo pasado los Villaverde intentaron recuperar esta capilla que había pertenecido a sus antecesores, con «el fin de inhumarse en ella la familia del General Franco, incluso el mismo Caudillo». Según asegura, llegó a existir un informe incluso de «jerarcas del Cabildo». Sin embargo, el intento, encabezado por la figura del controvertido yerno del dictador, Cristóbal Martínez-Bordiú, no llegó a buen término tras mantener algunas negociaciones con la otra rama de su familia y se desechó esta opción.

En esta capilla barroca, fundada en 1632 por los marqueses de Villaverde y Argillo y en 1734 llegaron a enterrarse los restos de Mercedes Bordiú y Garcés de Marcilla. La familia del dictador comenzó a debatir el lugar de su enterramiento a partir de los años 50, si bien Franco nunca dejó escrito dónde quería ser enterrado. La cripta de la Almudena en la que actualmente reposan los restos de la familia Franco ni siquiera había sido consagrada como catedral por ningún Papa, y aunque se planteaba la posibilidad de ser enterrado en El Pardo (o donde finalmente será reinhumado, en el panteón del cementerio de Mingorrubio), la familia consideraba que el tirano debía ser enterrado en un lugar de profunda raigambre cristiana.

De hecho, Franco siempre tuvo una especial devoción por la Virgen del Pilar, desde que Alfonso XIII le regalara una medalla de la patrona de la Hispanidad en 1925, con motivo de su ascenso a coronel.

Franco contribuyó a un imaginario pilarista en el que la Virgen representaba lo «más puro y recio del espíritu español» y sin ella «España no sería España». También consideraba que «se erigió sobre la variedad de los pueblos que componen la unidad de la raza esparcida en dos hemisferios, como excelsa Patrona de las Españas».

Pero Franco murió y tuvo que ser enterrado de forma improvisada en la que ha sido en los últimos 43 años su tumba en un lugar público y en el que quien ejerció de verdugo yace junto a sus víctimas. Y el Pilar, desde su muerte, es un espacio religioso sin adscripción política.