Para entrar en el bar Garbo hace falta presionar dos botones rojos como los que se usan para detener las máquinas de una fábrica en caso de emergencia. En su interior, a media luz, destacan las botellas de ginebra iluminadas con tonos azulados. Música electrónica, pero suave. Como sin molestar. Los camareros van uniformados y atienden con una exquisita cordialidad. Para preparar cada uno de los combinados invierten una gran cantidad de tiempo y la misma atención que uno imagina para las cocinas de un restaurante de tres estrellas.

El local se encuentra en la calle Zurita. Y es uno de los espacios de referencia de la nueva zona de ocio en la que se ha convertido la plaza de los Sitios. Las mañanas de vermú que amparó el viejo Candolias se han transformado en aparatosos bares con mucho inglés en la carta. Si se quiere hablar con el propietario del Garbo uno de los camareros proporciona una tarjeta blanca en la que solo figuran nombre, teléfono y dirección de correo, sin más indicaciones. Todo elegancia.

La actividad en la zona comienza a partir de las seis de la tarde, coincidiendo con el cierre de las notarías, despachos de abogados, sucursales bancarias y estudios de arquitectura que pueblan la zona. «El fin de semana el público de estos locales se rejuvenece mucho», explica la camarera Madi Ciotiz. El Smooth tiene mucha culpa de la popularización de este tipo de ocio que se da en llamar after work. Raciones de comida del mundo, como la llaman, un una carta de bebidas con mucho maridaje premium, mixers, botánicos y demás.

Lo de tomar una caña después del trabajo en estas calles se convierte en una ceremonia de la opulencia. Los bares no son bares, son gastrobares. Uno de ellos luce sin complejos una gran bandera venezolana en sus cristaleras. En otra de las terrazas un grupo de amigos le hace carantoñas a un perro atado a una correa con los colores de la enseña española.

A la taberna Monumental los nuevos propietarios le han realizado una reforma integral para adaptarla a los gustos actuales. El ambiente pretende ser industrial, con ladrillos a la vista y unos grandes tanques de cerveza suspendidos sobre los clientes dejando a la vista una intrincada red de tuberías. Las mesas altas están llenas durante todo el día. «Lo que más interesa es tratar a la gente con amabilidad y crear un ambiente en el que el cliente se encuentre bien», indica el camarero Roberto Falcón.

Desde el clásico Gregory’s el cambio de ambiente del barrio se observa con resignación. El ambiente de viejo pub de caballeros ingleses ya no encaja con el resto de la oferta de la zona. «Tenemos una clientela fija, aquí lo mejor que podemos hacer es no cambiar nada», dice Luis Estaban uniformado tras la barra.

El éxito de estos bares tiene que ver, según los jóvenes de ropa impecable que acuden en masa, con su situación. Entre el centro de la ciudad y los bares de marcha de Francisco Victoria. «Gusta ver siempre las mismas caras», indica Xavier Flores, un habitual tras el trabajo.

Algunos ven el cambio en los bares como algo negativo. «Están muy bien decorados, pero se olvidan del personal», indica un vecino que prefiere no identificarse. Voces críticas que pronto se olvidan ante la pujanza de unos locales que han interesado hasta a Lindsay Lohan.