La película Trascendencia, novedad en la cartelera de verano, plantea una serie de interesantes dilemas en estrecha relación con la ciencia, la biotecnología y la nanología.

La feroz carrera entre los investigadores bioquímicos, en lo que respecta, sobre todo, con la regeneración de los tejidos y las células madre, con vistas a reconstruir los órganos enfermos o sistemas inutilizados por el Alzheimer o el cáncer deriva, en la trama de Trascendencia, hacia una alambicada fábula sobre la deificación del hombre, con la ciencia como evangelio y sacramento de su poder.

En la ficción de esta curiosa película, los científicos logran curar las heridas de armas de fuego, regenerar extremidades y devolver la vista a los ciegos de nacimiento. Obran milagros, realmente, como los obraron los hombres santos de la antigüedad, los fundadores de las grandes religiones, los patriarcas, mesías, enviados y santos. Si logran esos objetivos, consiguiéndolo a diario, invitando a que decenas, cientos de enfermos se informen del lugar donde opera ese secreto laboratorio, o santuario, en el que los nuevos magos sanarán sus males ¿dónde está el límite del hombre?

En ningún lado, nos vienen a decir los guionistas de Trascendencia, cuyo protagonista, el científico--Dios encarnado por Johnny Depp, comienza, en paralelo a sus milagros curativos, a infiltrarse en la misma naturaleza, con el propósito de entender y dominar sus leyes.

Ahí podría encontrarse o tropezarse con otra frontera, pero la tesis del film apunta a que no, a que también en este reto el hombre--Dios (ya adelantado por la filosofía de Nietzsche, siendo muy recomendable a este respecto la lectura del ensayo de Safranski) saldrá triunfante. El hombre--Dios deificará a su vez la naturaleza a su imagen y semejanza y logrará alterar las leyes que la han regido durante millones de años. Alterar el clima, la fertilidad, los ciclos estacionales, la temperatura, la fuerza del viento, el nivel de los mares... todo, por supuesto, en su propio beneficio, no para curar nuestro enfermo planeta.

Una fábula, sí, pero inspirada en los últimos avances científicos y en los milagros anunciados por esos congresos de nanociencia en los que, efectivamente, tenemos toda la impresión de haber trascendido a otro nivel, a una nueva dimensión del ser humano. Buena o mala, eso ya es otro cantar.