Las relaciones sociales son uno de los pilares fundamentales sobre los que se sustenta la vida de los jubilados. Sin gente con la que hablar ni amigos con los que compartir, la soledad se convierte en un factor de riesgo para muchos. Es ahí donde reside el encanto de los centros de mayores, que se cerrarán a partir de hoy por el coronavirus. “Es una lástima, pero si lo tienen que cerrar que lo cierren”, asumía un usuario a las puertas del centro de mayores Laín Entralgo, en el paseo La Mina de Zaragoza.

Por la mañana todo ha estado funcionando con normalidad. Las clases no estaban suspendidas ni la cafetería cerrada. Solo una restricción: los empleados del centro tenían confiscados los periódicos, las barajas de cartas y los juegos de mesa para evitar la posible propagación del virus. “Todo normal, de momento”, respondía por teléfono la recepcionista a las decenas de llamadas que ha tenido esta mañana. A su lado, los tapetes de guiñote estaban apilados y sin poder usarse.

En la cafetería había menos gente de la habitual. Allí, Salvadora y Gloria se estaban tomando un café. “Somos de Torrero y normalmente vamos al centro de mayores de allí, pero cuando hemos venido aquí otras veces había más gente”, contaba la primera. “Miedo no tenemos, todo nos parece un poco exagerado, pero parece que la cosa va en serio”, añadía. Las dos reconocían no recordar nunca una situación como la actual y aseguran que si cierran los centros de mayores seguirán reuniéndose en otros lugares. “Iremos al parque o donde sea, pero nos seguiremos juntando, el problema será cuando cierren los colegios -aseguraba Salvadora-. Si nos tenemos que quedar con los nietos mal porque somos población de riesgo y los niños nos pueden contagiar. La cosa está muy mal”. Ninguna de las dos ha hecho, por el momento, más compra que la que tocaba.

En la misma línea opinaban otros usuarios. “A mí que no me digan nada. Al que le toque, le tocará (contagiarse). Es así. Si cierran el centro iremos a un bar a echar la partida”, decía un hombre, visiblemente cabreado en la puerta. En una de las salas, un grupo mayoritariamente conformado por mujeres hacían ejercicio. “De momento todo normal, pero estamos menos gente. Hasta que no digan nada pues seguiremos aquí”, decía una señora mientras estiraba.

En el salón de actos había una buena muestra de que esta mañana las afecciones no han sido graves en estos centros. Allí, una treintena de personas ensayaban bailes en línea. Al son de No rompas más, mi pobre corazón el profesor reconocía, eso sí, que había menos gente que otros días. "No sé si es por lo del virus o porque había gente que creía que habíamos cerrado ya", explicaba.

El presidente de la junta de representantes del Laín Entralgo, Vicente Murillo, también ha opinado sobre el cierre de los centros de mayores. “Creo que hay mucha psicosis. Aquí no hay miedo, pero si cierran pues no vendremos, claro. Será una pena. Pasado mañana tenemos baile y de momento no han suspendido nada, eso sí”, decía Murillo. Su mujer, Dolores Iranzo, mientras, regaba las plantas. “El problema aquí no es el coronavirus, son los patos, que ensucian todo mucho y nos pueden contagiar enfermedades. Si cierran, cuando volvamos a lo mejor cogemos algo si no limpian esto”, lamentaba la mujer mientras señalaba a las aves, que merodeaban por el patio del centro.

También en el exterior, en la zona de la petanca, había bastante más gente que dentro del edificio. “Yo prefiero estar al aire libre, la verdad. No tengo miedo pero sí que me da aprensión estar en lugares cerrados con más gente”, explicaba Carmen Salvador, otra jubilada, mientras apuntaba para lanzar su bola.

Otro jugador continuaba la conversación. “Sería una lástima que cerraran el centro, porque aquí hacemos mucha vida. Pero bueno, si lo tienen que cerrar…”, asumía Salvador. Él explicaba que en su día a día ya está tomando medidas para evitar contagiarse: “Lo que dice Sanidad. Me lavo las manos y evito aglomeraciones, por eso estoy aquí en el exterior”.