La Casa de Amparo es una de las pocas residencias para mayores de Zaragoza que se han salvado de la quema y no han registrado ningún caso de coronavirus en lo que va de pandemia. Desde la residencia, dependiente del ayuntamiento, aseguran que no hay «fórmulas mágicas». «No se puede hacer mucho más que extremar al máximo las precauciones y la higiene», subraya su directora, Carmen Lafuente, quien reconoce, no obstante, que hubo una decisión al principio de la crisis que pudo ser clave para evitar contagios.

El edificio de la Casa de Amparo, en la que residen unos 120 mayores que se encuentran en situación de dependencia, también alberga el centro de convivencia del Casco Histórico, por el que cada mañana y cada tarde pasan «unas 180 personas» para realizar talleres o jugar a las cartas en unos espacios que muchas veces comparten con los residentes. Conscientes del riesgo, y casi una semana antes de que se declarara el estado de alarma, los responsables de la Casa de Amparo trasladaron a los técnicos del consistorio la petición de cerrar el centro de convivencia. Finalmente, su actividad se paralizó el 10 de marzo, varios días antes de que muchas de las administraciones públicas tomaran decisiones similares. «Ahora, transcurrido todo este tiempo, sí creo que cerrarlo fue determinante porque aquí vienen muchos mayores que se relacionan con los residentes y realizan talleres y cursos juntos», señala Lafuente.

Tras esta decisión llegó el confinamiento, un periodo en el que se ha seguido el protocolo dictado por las autoridades sanitarias «a rajatabla». En el comedor se ha mantenido en todo momento la distancia mínima de dos metros, los espacios comunes se han utilizado lo menos posible y con muy poca gente, la cafetería se cerró, las tareas de limpieza e higiene «se han triplicado» y a todos los trabajadores se les tomaba la temperatura antes de entrar en el centro.

Un protocolo que también ha requerido de sacrificios por parte de los mayores. «No se ha podido jugar a las cartas ni a la petanca, y el bingo también se quitó», apunta Lafuente, que reconoce que al contar con unas instalaciones «grandes» ha sido más fácil mantener las distancias.

La desescalada no ha conllevado un relajamiento de las medidas de prevención. «Los residentes pueden dar un paseo de menos de una hora por fuera y puede venir un familiar a la semana a realizar una visita, pero todo el mundo va con mascarilla y se han habilitado salas para las visitas con el objetivo de que no se circule por los pasillos», explica. Por supuesto, las alfombras con lejía en la entrada y la limpieza varias veces al día «de todo lo que se puede tocar» ha sido una constante.

Lafuente también pone en valor el papel de los 50 trabajadores municipales y los empleados de las firmas externas (limpieza o cocina), que han estado «muy implicados». «Hemos tenido suerte por ahora, porque el virus aún no se ha acabado», concluye Lafuente. Quizá, también esté ahí la clave. En no fiarse y no bajar la guardia.