No es un tópico. Las personas que no tienen casa se refugian bajo un puente. O en los portales de los comercios abandonados. O en viejas naves en las afueras. Las circunstancias que les llevan a una existencia arrinconada son diversas, y en muchos casos no existen soluciones inmediatas. Las asociaciones que se encargan de procurarles alimentos y unas mínimas condiciones de salubridad son conscientes de estas dificultades que se amplían en épocas de calor sofocante y con una pandemia mundial complicando las relaciones humanas. Por eso han reforzados sus servicios. Sin ir más lejos, en el centro comunitario Luis Buñuel la olla comunitaria que sirve para alimentar a las personas sin hogar está entregando un centenar de raciones. Y en el comedor de la parroquia del Carmen han pasado de atender a unos 150 transeúntes a casi 250.

Un campamento con caravanas y una decena de personas sin hogar lleva varios años en un solar en la zona de la Academia General Militar. Las orillas del río Huerva acogen tiendas de campaña en varias zonas, tanto en su desembocadura como en tramos en el interior. Lo mismo sucede con el Ebro, en zonas tan céntricas como el puente de Piedra._Un hombre que prefiere no identificarse se ha instalado en un portal de la calle Francisco Vitoria. Se encarga todos los días de mantener la pulcritud de sus colchones y cartones, asegura que no da problemas a los vecinos. Ejemplos innumerables que conocen bien los voluntarios de una asociación como Bokatas, que se encargan de repartir alimento a los enclaves que tienen controlados.

Nuevos perfiles

«Con la pandemia se ha quedado mucha más gente en la calle», reconoce el coordinador en Zaragoza, Pedro Casanova. Una vez a la semana como mínimo salen a la calle a realizar una visita. Y se encuentran con un perfil nuevo: personas que tenían trabajos precarios que han desaparecido tras el confinamiento. «Conocemos a mucha gente que trabajaban por cuenta propia, o en negro, que ya no pueden acceder a esos puestos por encontrarse en situación irregular», indica.

Los recursos en Zaragoza previstos para las personas sin hogar no son suficientes para atender todas las circunstancias. Y la solidaridad ha cambiado, por el miedo al virus. Las personas que no acudían a comedores solidarios optaban por la generosidad de bares o de algunos vecinos. Eso se ha acabado en muchos casos. Al igual que la posibilidad de usar baños públicos para asearse. «Las vidas de estas personas han cambiado mucho y se complican cosas cotidianas», señala. El albergue municipal no es una opción para muchos de ellos, pues está enfocado en acoger a las personas que están de paso, no para las que conviven con la exclusión.

Bokatas cuenta con unos 80 voluntarios que le toman el pulso a la ciudad. Al igual que colectivos agrupados alrededor de las entidades vecinales. Estos han detectado un aumento de los asentamientos de varias personas, pues la gente que se ha quedado en la calle en las últimas semanas se siente más cómoda cuando están agrupados. «La tranquilidad sale del daño, de pasarlo mal, de aprender», manifiesta una de estas personas obligadas a buscar refugio en unos porches del centro.

Uno de los focos de conflicto provocado por la presencia de gente durmiendo en la calle está en el entorno del edificio Trobador y el parque Bruil. En infraviviendas malviven una treintena de personas, algunos con problemas de adicciones que han provocado enorme malestar entre la vecindad. Sin embargo es un caso aislado, pues lo normal es que la precariedad se confunda en entornos indiferentes. Es lo que pasa en muchas calles del barrio de las Delicias, o en zonas como Torrero