Hasta ahora habíamos conocido la Zaragoza bulliciosa, la fraternal, la solidaria, la romántica, la zaragocista, la demócrata, la religiosa (también la atea), la resignada, la rebelde, la feminista, la antitrasvase, la quincemayista y, cómo no, la de la Expo Internacional del 2008. Incluso habíamos conocido una Zaragoza políticamente correcta y algo casposa, y otra completamente distinta y sumergida, esa de que el pintor Eduardo Laborda definió más allá de los límites culturales oficiales, más allá de las subvenciones. Una Zaragoza activa y vibrante en lo cultural, ingeniosa, eléctrica, nocturna, inquieta y bohemia... apasionada de los suyos y con los suyos. Una Zaragoza genial.

Incluso todos hemos oído hablar de la Zaragoza heroica, esa que pone la piel de gallina, la de los cañones en el Portillo y en la huerta de Santa Engracia. La que narró Galdós. La que resistió hasta que se quedó sin fuerzas, más de 200 años atrás.

Hoy tenemos otra Zaragoza. Está vacía, el último estadio que le tocaba alcanzar en tantos siglos de historia. La que aún no habíamos conocido. Se ha quedado en los huesos por culpa de un virus cobarde y esquivo al que no se le puede mirar a los ojos porque no se deja. Es la de hoy una Zaragoza reprimida y paciente que guarda su energía para el día del triunfo final. Entonces volverá a ser de la siempre. Si ahora se esconde es porque sabe que no tiene otro remedio; porque sabe bien que en ello le va su futuro... para volver a ser la de siempre.