Para explicar un partido de fútbol hay que utilizar muchas variables, repasar un buen número de situaciones y pararse en unos cuantos nombres propios. Pero hay dos figuras sobre las que el foco ilumina de manera especial: el jugador que hace los goles y el que los para. Cuando la suerte suprema les sonríe, los delanteros, sobre todo los delanteros y en un rango inferior los guardametas, tocan el cielo. Cuando fallan, su soledad es absoluta y el infierno les espera. Esto es lo que le sucedió a Marc Gual contra el Málaga. Pudo ser el héroe, pero acabó en villano después de malgastar tres ocasiones muy claras mandadas al limbo por poca puntería y un golpeo deficiente.

La cuestión es que el punta está en el centro del huracán, con todo lo que ello conlleva en el universo fútbol. La intensidad con la que sopla la fuerza del viento en contra es tan potente como cuando lo hace a favor, aunque obviamente más desagradable.

Gual está en entredicho porque no hace goles, cometido principal de un delantero. Suma 2 en 17 partidos. Nunca se le han caído de los pies, aunque siempre los ha hecho (en el Espanyol B 7 en 24 partidos y 6 en 11, y en el Sevilla Atlético 14 en 24 jornadas y uno en 24). Tiene solo 22 años, es un futbolista notable, capaz de dominar muchas de las suertes del ataque, pero anda ofuscado ante la madre de todas ellas. Gual está jugando bien, pero no marca, una carga pesadísima para un punta con su responsabilidad actual y de la que solo se despojará con goles.