-¿Qué es La Tumba?

-La Tumba es un centro de tortura. Está ubicado cinco pisos bajo tierra, en un edificio del centro de Caracas llamado Plaza Venezuela, sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional. Los avances en tecnología también se aplican a la tortura. Allí todo era blanco, sofisticado, moderno. Todo brilla. Todo es limpio y blanco.

-Pasó dos años allí.

-Sí. Estuve durante dos años viviendo en una celda de tres metros cuadrados, como mucho. Solo había una cama y una cámara enfocándome todo el tiempo. Recuerdo el día que llegué allí. Me desnudaron. Hacía un frío helador. El silencio es absoluto; la soledad es completa. Sentí la derrota y me sentí culpable… por mi madre, por no haber tenido un hijo. Cuando entras condenado, sabes los años que vas a pasar en prisión… pero allí no sabes cuándo vas a salir, o si vas a hacerlo siquiera.

-Se exilió en Colombia y el expresidente del país José Manuel Santos lo extraditó de nuevo a Venezuela. ¿Por qué lo hizo?

-Maduro era la llave para la firma del acuerdo de paz con las FARC. Santos tenía un acuerdo con él para tener calmada a la guerrilla. Ocultó crimenes en favor de la dictadura de Maduro. El proyecto personal de Santos chocaba con la causa venezolana de la libertad y la democracia. Me entregó por intereses.

-¿Qué tipo de tortura ejercían sobre usted?

-La psicológica. Me tomaron una foto sentado en una silla, con las manos atadas. ¿A qué nadie diría que he sido torturado? No, porque no tengo marcas. Pero imagínese estar así doce horas, días enteros, semanas. Con una luz blanca intensa frente a ti. Con los ojos ardiendo. En la foto no se ve la temperatura de la sala, o los sonidos. Fui sometido a una técnica de aislamiento celular. Su objetivo es anular, uno a uno, todos los sentidos del preso, hasta que ya no sabe si está vivo o muerto. ¿Y sabe usted cuál es la única forma de averiguarlo? El dolor. Por eso quieres que te golpeen.

-¿No tenía contacto con el exterior?

-En dos años no vi la luz del sol. ¿Cuánto vale el tiempo? Cuando no tienes conciencia de él, mucho. No sabía si había dormido una hora o diez. Solo oía el metro sobre mi cabeza. ¿Y qué valor tiene el color? Yo solo veía blanco. ¿Y un espejo? La primera vez que volví a verme en un espejo tuve un shock... Éste soy yo. El cielo no es cualquier cosa. El sol, la luna, la lluvia, las estrellas... tampoco. Unos zapatos. Una silla. Esas cosas que hacen sentirse humano. Hice una huelga de hambre de 18 días para que me dieran un reloj.

-Intentó suicidarse cuatro veces.

-Atenté contra mi vida porque en esa situación, sin nada, bajo tierra, ¿cómo hacía para que mi reclamo subiera a la superficie, hasta mi captor? Ellos dejaron ver que no querían que yo muriese ahí. Sí querían aplastarme, pero no que muriese. Entonces utilicé eso para presionar y empezar a frenar la tortura, hasta el punto de que los funcionarios ya no querían estar ahí.

-¿Cómo aguanta un hombre dos años en esas condiciones?

-En dos años de aislamiento me enfrenté a mí mismo, a mi mente, a mi determinación, a la pregunta de sí valió la pena todo esto. Y si Dios existe, por qué me pasaba eso. Me aferré mucho a mi familia, a mi madre, que estaba luchando fuera por mí. Si yo moría, ella iba a morir del dolor.

-¿Y valió la pena?

-Sí. No me arrepiento de lo que hice, ni del camino que tomé ni de la decisión. Ahora quizá haría las cosas con otro tono, también porque antes era joven y ahora soy padre. Nada que valga la pena se puede conseguir fácilmente, y se trata de valores supremos como la libertad y la democracia. Todo lo que se haga por eso, siempre vale la pena. Un hombre no puede luchar solo contra la corrupción. Cuando tomas la decisión de luchar contra el poder, te llevas por delante a toda tu familia. Por eso es tan importante el apoyo de la familia para los activistas en derechos.

-De ahí le trasladaron otros dos años a El Helicoide, una prisión de Caracas, y fue el cabecilla de un motín.

-El Helicoide es otro gran centro de tortura del régimen chavista. A diferencia de La Tumba, es el hacinamiento, el mal olor, las cucarachas y las ratas. El motín fue muy sonado en los medios. Fue el cúmulo de meses de tortura a los presos, de secuestro de menores, de las condiciones inhumanas.... Ese día se dieron cuenta de que ahí había hombres, no insectos.

-¿Ha podido perdonar?

-Sí. Los crímenes a la Humanidad no prescriben, y eso no va a quedar impune. No por lo que me hicieron, sino porque no puede volver a repetirse en mi país. Para ello todas las gestiones necesarias se harán. Pero una cosa es eso, y otra cosa es el corazón. Y yo he perdonado. De otra manera, el odio me consumiría y no podría continuar mi vida con mi familia.

-Le liberan el 12 de octubre del 2018.

-Un día me dicen que recoja mis pertenencias, que me voy. ¿Pero a dónde voy? No sabía si regresaba a La Tumba o si me iban a matar. Que confiara en ellos. ¿Confíar? Que podía perder ya. Me llevan en coche hasta el aeropuerto. Despejan toda la terminal porque nadie me podía ver. Allí, al final de un pasillo, me esperaban autoridades españolas. Yo no les conocía… pero nos dimos un tremendo abrazo. Les pedí que no me soltasen. Fue muy emocionante. Ellos también lloraban. Habían estado luchando años por mi liberación. Me suben a un vuelo rumbo a España. La condición: no volver a Venezuela. Ya se había filtrado la noticia de mi liberación pero mi madre no sabía nada. Allí mismo la llaman. Ella estaba desesperada porque no sabía dónde me llevaban.

-¿Por qué le soltaron?

-Me liberan pocos días después de la muerte del concejal Fernando Albán. A él lo secuestran y lo tiran del décimo piso de Plaza Venezuela, el mismo edificio en el que había sido torturado yo años atrás, pero mucho más abajo. Yo soy libre por un cúmulo de factores: la lucha de mi madre, la presión mediática, el trabajo de mis abogados, el apoyo del Parlamento Europeo -que le concedió el Premio Sájarov en el 2017-, el debilitamiento del propio régimen y la ayuda de España. ¿Los motivos? Creo que a cambio de rebajar presiones sobre Maduro. Recuerdo el vuelo a Madrid, recién liberado, solo pensaba en que tenía nueve horas para convencer a esta gente de que no rebajaran ni un ápice la presión a cambio de mi libertad.