La de ayer en La Misericordia (también conocida popularmente como La Bernarda en más de una ocasión esta feria) fue pura bisutería y apariencias. Bisutería cara, si se quiere, pero fruslería, oropel, quincalla. Fachada no más.

Imposible imaginar un pasaje en el que las telas viajaran por abajo con profundidad y largura, ilusorio soñar que saltara ese toro de respeto que trasciende la jarana para situar el rito en un escenario de tensión emocional.

La estrafalaria corrida de Juan Pedro Domecq, con cuatro toros a punto de los cinco años y unas hechuras tan distintas entre sí que dolían a los ojos, tuvo un caballón alto y desgarbado para el cierre de la cosa mientras que Cayetano liquidó un toro estrecho y culopollo que daba el pego por la aparente amplitud de su encornadura. Demasiada distancia morfológica entre ambos.

¡Achtung! El cartel no tiró de la taquilla como podría esperarse. Apenas tres cuartos de plaza para ver a Ponce y el señalado como mediático Cayetano es peliagudo indicio. Ojalá no sea tendencia.

Claro que hay que ser muy partidario para esperar «la faena» estándar de Ponce una y otra vez, una y otra feria, uno y otro año.

Cuarenta y nueve años de edad y treinta temporadas de alternativa dan mucho de sí. Es vivir en bucle permanente. Un non stop en el que el repertorio es tan cíclico y previsible que convierte la lidia en una rutina que, además, el valenciano estira y estira hasta el punto de que los avisos suenan antes de montar la espada.

Cierto que uno de los puntales básicos de su tauromaquia consiste en no discutir con los toros. Así, se replicaron las tandas al primero, de tente mientras cobro. Todo por la cara, a media altura, sin un ápice de brusquedad. Con la misma delicada cadencia con la que se arropa a un bebé en la cuna.

Todo ello envuelto en una almibarada teatralidad y afectamiento que parece ser del agrado del cliente pues a pesar del bajonazo el palco hubo de rendir moquero.

Ya puede estar contento el ganadero. Con una manta como esa no se te amanecen los pies.

Ídem en el cuarto, pero esta vez cerrando de media estocada fulminante que, aunque causó feo derrame, desató la generosidad de un público entregado que clamó por un segundo trofeo no concedido. Con acierto.

Ese palco, que aguantó el primer toro de Álvaro Lorenzo a pesar de sus evidentes signos de invalidez, más, en cuerpo también escaso, terminó por justificar su decisión al sujetarse el animal sin hacer tierra. Bien entendido que Lorenzo lo mantuvo en pie con pericia en una faena larga y con fundamento técnico, casi toda por el lado derecho.

La estocada casi entera valió y hubo oreja hasta con petición de más.

Menos vistosa aunque para leer entre líneas su labor en el sexto. De viajes descompuestos y no siempre en rectitud, el toledano optó por la distancia corta para guiar las medias arrancadas que le llegaban rebrincadas y terminaban por las nubes.

En medio de todo aquello, en un segundo plano de protagonsimo, Cayetano tiró de pundonor y amor propio con desigual fortuna. El segundo no planteó ecuaciones irresolubles. Blandorro, feble, escabador...

El quinto tampoco lo vió propicio. Eso sí, con la espada arreó un sopapo incuestionable. Cayetano es muy Rivera pero no tanto Ordóñez.

TOROs DE : Juan Pedro Domecq.

ENRIQUE PONCE: oreja y oreja tras petición y aviso.

CAYETANO: silencio y ovación.

ÁLVARO LORENZO: oreja tras petición y aviso y palmas.

PRESIDIÓ: José Antonio Ezquerra. Mantuvo al tercer toro a pesar de las protestas y se contuvo con serenidad ante la petición de segundos trofeos a Enrique Ponce y Álvaro Lorenzo.

ENTRADA: menos de tres cuartos de plaza.