La plaza de Zaragoza lució ayer el típico paisaje de los grandes días de feria. Con la llegada de las llamadas figuras --los que pueden elegir día, cartel y ganadería-- apareció ese personal tuneado hasta las cachas con la cara cruzada por el hachazo capilar que, generalmente vive adosado al vaso largo o la piscinita con agua dura en dados. Así, al acabar la cosa, algunos rincones de los pasillos de grada estaban hechos una escombrera de laterío burbujero y botellines de gin, en medio de un albañal de los de atravesar en pontón.

Las expectativas eran muchas y casi se acabó el papel. Todo se sujetaba sobre el atractivo de un cartel de toreros de tal modo que se podía imaginar que el toro no sería protagonista. Todo bien elegido a la medida de los artistas. Y claro...

Hermoso se vino con los acostumbrados murubes de Bohórquez y Perera y Talavante se trajeron lo de Cuvillo, todos los toros cinqueños pero en un envoltorio exageradamente parco para un coso en el que hace solo unos días había salido una corrida como la de Fuente Ymbro desmesurada en todo. Y los de ayer no soportaban la comparación.

Inaceptable el tercero, una miniatura que Talavante recibió con lo rojo por estatuarios antes de partirse la pata izquierda dejándonos a oscuras.

Luego Perera vió como devolvían por blando el quinto, también su cuvillo sustituto y en su reemplazo salía otro cinqueño de Torrealta que parecía el padre de los anteriores, abrochado de cuerna y que mal que bien aún le permitió ensayar un digno y encomiable muleteo.

Para entonces, se tornaba recurrente la ácida ironía de Pablo de Jérica: grande el número de actores / grande el autor, su excelencia / grandes los actos, señores / y más grande la paciencia de tantos espectadores.

Ante el de Torrealta, Perera optó por derechear casi siempre a la recta, sin obligar al toro para hacerle creer en sí mismo. Luego achicó terrenos antes de que el toro se viniera abajo.

Hermoso de Mendoza se complicó la vida con el manso primero --siempre en tablas-- y ahí le alcanzó sobre Disparate, la estrella de su cuadra. Hubo derribo y embestida al caballo. Por fortuna, sin consecuencias. A ese le cortó una oreja y con el otro, muy suavón y noble, no puntuó. Raro.

Talavante aprovechó las arrancadas del sexto para intentar el toreo que pretende, ese de 'mano tonta', desmayada, muy natural. Lo consiguió esporádicamente pero el conjunto no terminó de tomar vuelo.

No había karma, ni toro, ni ese ambiente místico y de embeleso que tanto persigue. Vaya.