Desde luego, no fue la misma derrota que ante el Granada. O contra el Cádiz. En aquellas ocasiones, La Romareda despidió a los suyos con bronca, silbidos y hartazgo. Aquel Zaragoza era un esperpento. Un adefesio. Un alma en pena camino del infierno. No fue el caso ayer, aunque, al cabo, tampoco se sumara. El Zaragoza perdió siendo mejor que su rival, el Málaga, un recién descendido que, con el mayor presupuesto de la categoría, figura entre los máximos favoritos a regresar a la élite, pero que fue inferior al nuevo equipo de Víctor Fernández en todo menos en una cosa: en el gol. Y eso, en fútbol, es mucho. De hecho, lo es todo.

Perdió el Zaragoza porque su delantero falló tres mano a mano con el portero y el Málaga marcó dos de las tres ocasiones que tuvo. No hay más. Aquí gana el que marca y pierde el que falla. Y el Zaragoza, ayer, lo falló todo y su rival acertó. Cuestión de calidad, experiencia o billetes.

No fue una derrota merecida, no, pero no por eso duele menos. La delicada situación del Zaragoza obliga a desplazar un tanto las sensaciones en busca de puntos como agua de mayo, pero también es cierto que, de este modo, no perderá mucho. Eso sí, arriba hay un problema serio. Grave. Porque Gual volvió a dejar claro que tiene poco gol -apenas lleva dos cuando se ha jugado ya toda la primera vuelta- y entre él y Álvaro, llamados a sumar los 22 que anotó Borja la pasada campaña, llevan seis.

El caso es que el Zaragoza, en 4-2-3-1, jugó un buen partido. En la línea de los dos últimos, aunque ayer se topó con un Málaga cuyo entrenador había aprendido la lección al dedillo. Con hasta diez jugadores a veces por detrás de un balón que entregó siempre al Zaragoza, Muñiz dejó fuera a Adrián, Pacheco y Juanpi para poblar el centro del campo con energía y trabajo. Luccin y N’diaye tiraban de pico y pala para tapar los huecos entre líneas y dificultar las maniobras de Pombo. Y al Zaragoza, sorprendido, le costó traducir el jeroglífico que le planteó su oponente. Echaban de menos los aragoneses desborde y profundidad. Descaro y regate. Papu, en definitiva.

Pero, ante la intimidación, el Zaragoza se puso a tocar. Intenso y solidario, el equipo de Víctor fue probando desde lejos con sendos intentos de Pombo que no inquietaron en exceso a Munir, pero fue el Málaga el que tuvo la mejor opción tras un grave error de Lasure en una cesión a Cristian que este enmendó tapando el hueco a Blanco Leschuk.

Aunque el primer disgusto no tardaría en llegar. Una innecesaria falta lateral de Guitián deparó un centro y un desajuste en la marca que aprovechó Ricca para marcar. Otra vez a balón parado, la cruz del Zaragoza y la cara del Málaga, el que más marca bajo esta modalidad. Ya lo había avisado Víctor en la previa. De poco le sirvió.

El tanto penalizaba demasiado a un Zaragoza que, por tercer partido consecutivo, se veía obligado a remontar. Pero faltaba último pase y frescura para encontrar agujeros en las pobladas líneas enemigas. Uno dejó el Málaga en todo el primer periodo. Lo halló James, que, tras recuperación de Eguaras, dejó a Gual mano a mano con Munir. Pero el catalán, algo escorado, cruzó demasiado el esférico.

Víctor tiró al descanso de Soro en lugar de Guti en busca de imaginación, desborde y fútbol. Muñiz, con el marcador a favor, recurrió a Adrián y Juanpi para aprovechar el cansancio del rival y sentenciar el partido. El Málaga, dispuesto en un 4-1-4-1, seguía firme atrás pero el Zaragoza, dueño absoluto del balón, tenía paciencia. La Romareda, en cambio, empezó a perderla con Gual cuando el delantero no supo aprovechar un fallo de Cifuentes y estrelló en Munir otro duelo a solas.

Faltaba más de media hora y Víctor recurrió a Aguirre en lugar del lesionado Ros para abrir el campo y al oponente. En 4-3-3, el conjunto aragonés crecía y creía con James al mando de todo y con el Málaga muy lejos de ser una amenaza para Cristian.

Zapater, que había entrado por un agotado Eguaras, mejoró a un Zaragoza que había comenzado a dar síntomas de impotencia. La entrada del ejeano aportó oxígeno en la medular y pareció liberar a Soro, que dejó solo ante Munir a Gual con un delicioso taconazo, pero tampoco a la tercera fue la vencida. El duelo lo volvió a ganar el portero ante la desesperación del delantero y de La Romareda, que reclamó con insistencia un claro penalti sobre Soro que Pizarro, horroroso, ignoró.

No tuvo clemencia el Málaga, y Adrián sentenció en una jugada alborotada. Es lo que tiene esto. El que perdona, lo paga muy caro. Demasiado, Ya no es aquel alma en pena, pero ser un alma cándida también es peligroso.