La primera en la frente. Al Zaragoza jamás se le debe escapar un partido en La Romareda en el que está con ventaja en el marcador y con un jugador más sobre el campo. Haya gente en la grada o no. Independientemente de quién esté en el banquillo o si es la primera jornada o la penúltima. Los tres puntos, en ese caso, son de obligado cumplimiento y cualquier argumento destinado a justificar lo injustificable se convierte en excusa barata. El Zaragoza siempre debió ganar a Las Palmas. No por fútbol ni por merecimientos, sino por una simple cuestión de oficio. Pero su falta de ambición y su racanería le dejaron sin dos puntos y acentúan la desilusión y apatía que llevan pegadas al zaragocista desde que el fútbol volvió del confinamiento.

Es demasiado pronto para rasgarse las vestiduras y para tirarse de los pelos, pero convendría tener claro cuántos y cuáles son los problemas del Zaragoza para emitir un diagnóstico acertado. Solo así se podrá aplicar el tratamiento adecuado a un equipo que, claro está, se encuentra cogido con alfileres. No le sobra nada y le faltan muchas cosas. Demasiadas. Y algunas, de una colosal importancia.

Entre esos agujeros a tapar cuanto antes figura un centro del campo en el que la sombra de Guti amenaza con ser demasiado alargada durante mucho tiempo. Los interiores fueron jugadores reubicados (un mediocentro y un lateral) y ambos fueron de lo más destacado. Especialmente Chavarría, incombustible e incisivo. Nick, bien en la primera parte, se apagó y desgastó tras el descanso, algo que vio todo el mundo menos su entrenador, que lo mantuvo en el campo.

El gran problema emerge en una sala de máquinas en la que no hay ni plano ni timón. El 4-4-2 de Baraja parece tan innegociable como la presencia de Eguaras. Y ni una cosa ni la otra deberían serlo. El Zaragoza no sabe todavía a qué juega y su centro del campo ni crea ni destruye. Apenas se crearon ocasiones más allá de las provocadas por errores del adversario, mientras que, otra vez, los fallos propios en la medular fueron una constante.

Ros, todo tesón y voluntad, hizo lo que pudo hasta que le dio el oxígeno. Eguaras y Nick, a los que la lengua les llegaba a los tobillos al cuarto de hora de la reanudación, acabaron el partido por obra y gracia de Baraja. que se dejó dos cambios por hacer.

Así que Las Palmas se decidó a disparar misiles a la línea de flotación y uno de ellos dio en el blanco, Justo castigo a la racanería de un Zaragoza que nunca se atrevió a buscar el golpe de gracia definitivo. De hecho, Baraja se apresuró a quitar a Vuckic nada más marcar Ros el 2-1 para, supuestamente, contener un poco más con la ayuda de Adrián al mediocampo desde la mediapunta. Pero el Zaragoza nunca se acercó con peligro al área y se volvió aún más apocado y miedoso. Aún más vulnerable.

El mazazo debería servirle de lección a Baraja. Aunque el rival no se acerque, el daño puede venir también desde lejos. Y, para salir indemne, no basta con aferrarse al escudo.