Es muy posible que Okazaki se lleve casi todos los honores como emperador del partido, en el que no solo hizo un gol maravilloso a la fecha y a la hora perfectas, una diana en el entrecejo del mosquito cuando caía el sol de la primera mitad. El nipón, como el resto de sus compañeros, se sometió a un sacrificio físico descomunal, titánico, para reducir al Girona a la nada hasta que Samu Sáiz sacó a su equipo de las tinieblas. Su volea, un maravilloso gesto estético dentro del área, y su monumental lucha fueron la punta de un iceberg, el del Huesca, que cultivó la victoria con el mimo del jardinero y el golpe del herrador sobre el yunque. Okazaki salió ungido de héroe de El Alcoraz con ese tanto para un equipo que necesita generar una tormenta eléctrica para encender la bombilla. Esta vez mereció la pena la insistencia y el excelente despliegue táctico para darle al interruptor de la alegría. Se hizo la luz y alumbró al ganador por aclamación.

En un encuentro extenuante que tuvo dos caras, la menos brillante muy bien controlada por Míchel desde el banquillo para oxigenar los pasillos perfectamente precintados hasta por tres futbolistas, cualquier jugador del Huesca merecería un laurel en su cabeza. Entre ellos, Josué Sá y Jorge Pulido, los centrales. El portugués se está marcando un inicio de temporada para dedicarle una exposición. Nadie le rechista en el juego aéreo y sobre la hierba corta el césped con tijera o con navaja sin que su corazón consuma una pulsación de más, sin despeinarse los nervios. El Girona le pidió el currículum en varias ocasiones y lo enseñó con una serenidad impagable en esa posición. Uno de esos inspectores fue Stuani, quien se disponía a fusilar a Álvaro. Josué metió la pierna lo justo para apagar la vela de la tarta del uruguayo. En la recta final ofreció un recital de despejes y de saber estar como puntada a su excelsa actuación.

Pulido ha encontrado un amigo, un buen socio en Sá. Hablan el mismo lenguaje aunque el toledano pertenezca a otra estirpe de defensores, de pie tenso y poca contemplación. Al balón, cuando corresponde, también le trata con respeto y elegancia y se suma al ataque, cuidado con él. De su repertorio de este partido, hay un momento cumbre: a la espera de un disparo letal, se fue arrodillando como si estuviera rezando en un funeral, y desde el suelo extendió el muslo para evitar el empate. Míchel puede sentirse feliz con esta par de tipos imprescindibles para esta categoría. Como John Lennon y Paul McCartney en Strambery Fields Forever.