Tras cuatro discos editados y una carrera consolidada, el 13 de agosto de 2016, instantes antes de subir al escenario, Copiloto (Javier Almazán) se despide de los músicos con los que ha compartido tantos momentos. Tras el último acorde, Javier desaparece rumbo al sur dejando atrás instrumentos, compromisos y canciones con la intención de no volver a tener nada que ver con el mundo de la música. En los cinco años que siguen, Javier no solo deja de tocar instrumentos sino que deja incluso de escuchar música y se mueve en un bucle de infinita resolución sin sentir mucha ilusión por nada salvo por estar con sus hijos, verles crecer y poner todo de su parte para ser un padre presente. La vida pasa como un rodillo, pierde a su padre, gana una dura guerra contra la tristeza, se divorcia, se muda de casa, desempolva su guitarra y comienza lo que considera la segunda parte del partido. Paradójicamente, Copiloto aprovecha el confinamiento para poner en orden su vida y preparar su vuelta al ruedo discográfico. Siente la necesidad de volver a escribir letras y hacer canciones. Vuelve a haber cosas que contar e ilusión por crear melodías y grabarlas. No es sencillo arrancar un motor que lleva demasiado tiempo sin usarse, hace falta un buen mecánico. Y es aquí donde entra en escena Edu Baos, el productor. Músico y productor se entienden desde el primer momento. Renacer es reinventarse con lo puesto. Copiloto ha vuelto en plena forma y todo parece indicar que para quedarse.