La decisión de General Motors de no vender su filial europea --Opel-- a Magna ha sido inesperada. Y la sorpresa ha calado en todos los ámbitos implicados en un proceso industrial que afectaba sobremanera a la factoría de Figueruelas. Inicialmente, la opción Magna se veía como negativa desde España porque suponía el recorte de producción y la eliminación de puestos de trabajo --se han pactado 900--, frente a los beneficios que se cebaban en las plantas alemanas, algunas de las cuales --como Eisenach-- captaban parte de la producción zaragozana cuando el proyecto inicial de GM abogaba por su cierre. Entramos ahora en otro escenario. ¿GM mantendrá el plan que pactaron las distintas factorías con Magna o aplicará el suyo y, en todo caso, cuál será? ¿Exigirá las mismas ayudas que los Gobiernos estaban dispuestos a aportar? Da la impresión de que hasta a los líderes políticos les ha pillado a contrapié la noticia. ¿Y los trabajadores? Ellos son los auténticos sufridores de una situación que desborda cualquier previsión y que les lleva al escepticismo y a la incredulidad ante los gestores empresariales. Como a todos.