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Una histórica librería jacetana, La Unión, recibió en la pasada Feria del Libro de Huesca el premio otorgado por el Gobierno de Aragón a la trayectoria profesional en el sector del libro. Los últimos regentes del establecimiento, Amelia y Paco, me expresaron la tristeza que les provocaba el cierre definitivo de esta librería ante la falta de perspectivas de futuro. Al mismo tiempo, tanto la Feria de Huesca como la de Zaragoza, así como otras convocatorias tradicionales en torno al libro, languidecen por causas que parecen ir más allá de la pura crisis económica y que, probablemente, no se resolverán mediante remiendos y parches mejor o peor encamina-dos. Sin embargo, no es propia-mente la literatura, sino el libro impreso en papel, la víctima esencial de esta enojosa situación. La competencia de otras opciones y la omnipresencia de las nuevas tecnologías aportan también su contribución al desarrollo de un cáncer, cuya más ominosa secuela es un descenso del hábito de lectura. Porque, efectivamente, ahí reside el problema y no tanto en el anémico ocaso del libro, por muy entrañable que nos resulte.

¿Hacemos algo por el libro? Es primordial el estímulo a la lectura, porque en ello nos jugamos demasiado. Es preciso acercar el autor a los lectores, sacarlo de las tapas y llevarlo al otro lado del mostrador; crear nuevos canales de comunicación y, sobre todo, huir de fórmulas rutinarias que ya han demostrado sobradamente su ineficacia. Pero aún queda lo más importante: perseguir la baja calidad, lo superfluo, lo banal; la simpleza que a veces parece triunfar, pero que siempre conduce a desconcertar al lector, mofado en su ansia por encontrar en las páginas de un libro algo que de verdad merezca la pena. Escritora

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