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Sala de máquinas

Juan Bolea

«Hola, yo soy Pablo, ¿y vosotros?»

El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, no tiene capacidad de autocrítica, pero sí sentido del humor. En su análisis --nada crítico--, de los malos resultados de las dos últimas citas electorales ha terminado por achacar éstos a sus líderes regionales. Han sido ellos, y no él, quienes, por falta de implantación en sus respectivos territorios, la han pifiado en las urnas. Faltos de carisma y competencia profesional (siendo la política una profesión), los tales y supuestos dirigentes territoriales han dado en bautizarse con distintas siglas y nombres, al margen del membrete oficial del partido: Unidas Podemos. Mareas, convergencias, alternativas, plataformas... Una sopa de letras indigerible para un Iglesias que a cada viaje o mitin se veía obligado a presentarse de esta guisa: «Hola, yo soy Pablo. ¿Cómo nos llamamos aquí?»

«El Partido Socialista Obrero Español», le habría respondido Alfonso Guerra, cuando, allá por los años setenta y ochenta, se enfrentó a la tarea de unificar en un solo bloque la miríada de pequeños partidos que pululaban alrededor del liderazgo de Felipe González. Guerra impuso su ley, su férrea disciplina, ayudado por el triunfo electoral de 1982 y por el prestigio de haber conquistado el Gobierno, circunstancias que no se han dado aún en el devenir de Unidas Podemos. De ahí, en parte, que Iglesias insista en entrar a toda costa en un ejecutivo de Pedro Sánchez, y de ahí también sus feroces críticas a los mandarines locales, a fin de ir depurándolos y sustituyendo por afines.

Uno de los que al parecer corre peligro es el aragonés Nacho Escartín, un joven político que ha demostrado buenas maneras, pero al que no han acompañado los resultados ni las confluencias. Escartín no consiguió evitar la candidatura independiente de Pedro Santisteve, desgajada del tronco de Podemos, ni el progresivo alejamiento con Pablo Echenique ni con el propio Iglesias, quienes pasaron de la campaña en Aragón, como si no fuera con ellos. Toda clase de rumores de infiltraciones y traiciones enturbian aún más estos días el presente y el futuro de un partido de izquierda alternativa que parecía asentado, pero cuyas bases y cimientos se tambalean.

Guerra lo habría «arreglado».

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