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Político, ¿demasiado político?

Nada menos que allá por el siglo IV a.C. Aristóteles definió al hombre como «animal político», descripción de su capacidad de organizar sociedades complejas que quedó para la Historia y nos acompaña desde entonces. Hasta hoy nadie ha puesto en duda el trasfondo de tal afirmación porque probablemente no era necesario. Son muchos los analistas y entendidos que sostienen que nuestro presente difiere de los presentes del pasado, y se aparta de ellos en varios aspectos y por varios motivos.

De estos, dos de los más destacados serían el peso y alcance de la fragmentación y la incertidumbre como elementos clave para la comprensión del presente y el diseño del futuro. Ya saben, nuestra vida se va y consiste en sobrellevar razonablemente bien, sin llegar nunca a comprender del todo cuáles y cómo son las verdaderas relaciones de vecindad entre esos tres tiempos: presente, pasado y futuro. No creo ni me convence esa infantil división del tiempo en virtud de la cual el pasado, al ser lo que sucedió ya no cuenta como tampoco lo hace el futuro por ser lo que aún está por llegar.

El desprecio de ambos nos conduce a la tiranía del presente en la que vivimos envueltos. Así las cosas, imagino que no se sorprenderán demasiado si les digo que, una vez más, estoy de acuerdo con Nietzsche, en concreto con esa mirada suya que alteraba la interpretación clásica sobre la importancia de los tiempos. Como él, estoy convencida de que «es el futuro el que regula nuestra conducta del presente» y no a la inversa como suele tenerse por verdad. ¿Que a dónde quiero ir a parar? A que tal vez la concurrencia de todos esos factores esté contribuyendo a generar no animales políticos sino animales demasiado políticos, en el sentido de animales demasiado ocupados por el control de las gestiones políticas internas como para dedicarse a proyectar la vista hacia delante, encender las largas y, tras atisbar un horizonte sostenible al que dirigirse y dirigir, coordinar la marcha.

Me temo que si todo queda en manos de esos victoriosos y numerosos animales demasiado políticos la cosa pública, e incluso la privada, puede acabar reducida a aquello que Doris Lessing llamó «cárceles elegidas».

*Filosofía del Derecho. Universidad de Zaragoza

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