Llega San Valentín. Expectativas: Mi mujer y yo deseamos ir a comer a nuestro restaurante favorito. Realidad: El restaurante ha cerrado (hace ya dos meses), y ni nos habíamos enterado, dada nuestra escasa y triste vida social.

Llega el Carnaval. Expectativas: Mis hijos quieren ir al colegio disfrazados de Batman y Ladybug. Realidad: Pueden ir con los calcetines desparejados, uno de cada color. Y otro día con el pelo despeinado. Y gracias.

Llegan las elecciones en Cataluña. Expectativas: Ninguna. Realidad: Todos ganan, como siempre (algunas cosas no cambian).

Llega el jueves lardero. Expectativas: Me voy a poner ciega de longaniza. Realidad: No he visto la longaniza ni en pintura (pero no me he quedado ciega, algo es algo). Mi novio alega que comeré longaniza en San Valentín.

Llega la campaña de vacunación. Expectativas de los antivacunas: ¡Vamos a morir todos! Realidad: En fin, con lo lento que va el tema, parece que tardaremos bastante en morir.

Llega San Valentín. Expectativas: Daremos un paseo romántico por la orilla del Sena. Realidad: Bueno, la ribera del Huerva tampoco está tan mal.

Llega el fin de semana. Expectativas: Ojalá haga buen tiempo, que toca disfrutar. Realidad: Apenas salimos de casa, independientemente de la climatología que tengamos en suerte.

Llega la campaña de vacunación. Expectativas: Que me toque la rusa, que me toque la rusa. Realidad: La enfermera que me toca es de Casetas. Irina está muy solicitada.

Llega San Valentín. Expectativas: Voy a poner a mi pareja mirando a Cuenca. Realidad: Mi pareja me recuerda elocuentemente que no podemos salir de Zaragoza.

Llega la columna del sábado. Expectativas: Vamos a echar unas risas. Realidad: En la cabeza del columnista quedaba todo mucho mejor.