Cuando la red de autovías en Aragón se comienza a completar, el desdoblamiento de la N-232 empieza a ser una realidad y la liberalización de la AP-2 entre Fraga y Alfajarín llegará en agosto, nos enteramos de que el Gobierno ha metido de tapadillo el cobro de peajes en autovías en su memoria del plan de recuperación que da derecho a los 140.000 millones de fondos europeos. Siempre llegamos tarde a la fiesta

Cuanto más sabemos de los planes de Europa más se confirman los funestos presagios. Creímos ingenuamente que esos fondos suponían un cambio de paradigma en las políticas liberales y vamos viendo que los grandes beneficiados del muy cursi concepto de la resiliencia serán las grandes compañías y los paganos seremos los de siempre.

Hay ciertos debates que no se abordan con frialdad por ser impopular, pero la superficialidad con los que se tratan tiene consecuencias negativas a posteriori. Ocurre con la despoblación, el carbón, el agua, las renovables y también con las infraestructuras.

Hemos pensado que las autovías vertebran cuando, en realidad, son pistas rápidas para la ida sin retorno de los estudiantes y la ida y vuelta en el día de funcionarios interinos que vuelven a la ciudad tras su jornada laboral en ese destino muchas veces indeseado. Entre invertir cero euros en carreteras indignas con socavones y trazados sin corregir desde la dictadura de Primo de Rivera a realizar inversiones multimillonarias con dinero público para autovías vacías, hay un trecho. Superávit de asfalto en un país con déficits urgentes. Y ahora la Comisión Europea nos castiga y el Gobierno nos pasa una factura ya pagada. Muy redistributivo no es, y menos cuando la tajada de este pingüe negocio la obtuvieron grandes constructoras que se forraron durante décadas gracias a la obra pública. Es como si una pareja sin muchos recursos celebrara su boda en un hotel de lujo con barra libre sin límite de marcas prémium para los invitados. Pero tiempo después, el hotel pasa de nuevo la factura a los novios y estos a su vez la cargan con nocturnidad a los invitados. Esto ocurre con este hotel que es Bruselas, esta pareja que es el Gobierno central y estos invitados que somos los ciudadanos.

La entrada en la UE permitió a España pasar de una red viaria tercermundista a la mejor del continente. Según Eurostat, en España hay más de 15.000 kilómetros de autovías y autopistas. Tan solo dos gigantes como Estados Unidos y China nos superan en el ránking mundial. Si nos comparamos con países de nuestro entorno y similar extensión, superamos los 13.000 de Alemania, los 11.000 de Francia, los 6.000 de Italia o los 4.000 de Reino Unido. Pero a pesar de tener muchos más kilómetros de autovías, nuestra red global es bastante peor. Mientras otros países han planificado racionalmente prescindiendo de autovías allí donde se podía resolver con un tercer carril o haciendo dignas vías rápidas de un solo sentido, aquí construíamos circuitos de velocidad en forma de autovía mientras descuidábamos la red secundaria. Como ocurre con el tren. O el AVE (también el mejor de Europa) o la nada.

Cada kilómetro de autovía tiene un coste medio aproximado de 7 millones de euros. Echen cuentas. El Gobierno central presupuesta al año unos mil millones para su mantenimiento. Una cantidad elevada pero insuficiente para la conservación de toda la red.

Es el peaje a los excesos de una irracional planificación que no solo es imputable a nuestros gobernantes de las últimas décadas, abocados al delirio por la fuerte presión social de cada territorio. También en Aragón hemos presionado, aunque sin mucho éxito. Aún reclamamos de forma furibunda de vez en cuando dos carriles por sentido entre Teruel y Cuenca, entre Monreal del Campo y Alcolea del Pinar, entre la Ribagorza y el Valle de Arán o entre Soria y Daroca pasando por Calatayud. Y en plena euforia precrisis del 2009 se llegó a pensar, sí, se llegó a pensar, en autopistas autonómicas entre Ejea y Cariñena o en un quinto cinturón para Zaragoza entre La Muela y el Burgo de Ebro. Pensamos en autovías para zonas vacías con carreteras tercermundistas. Con el término medio bastaría. Mientras, vayamos preparando la cartera.

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