Gabriel Rufián es un político de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC) que ya lleva unos años siendo el portavoz de ese partido en el Congreso de los Diputados, lo que le da una importante presencia en los medios de comunicación. Le gusta jugar a ser un chico malo y para ello utiliza esa potente tribuna con expresiones ofensivas para quienes no son de los suyos. Es un perfecto ejemplo del político polarizador ya que los suyos le tienen por muy bueno y los demás lo solemos considerar odioso. A veces tiene gracia y sus exabruptos mueven a la sonrisa y en ocasiones, pocas, a mi juicio, acierta en lo que dice. Recientemente, en medio del sainete que han estado escenificando ERC y el partido de Puigdemont para formar gobierno en la Comunidad Autónoma de Cataluña, ha dicho una frase que no es suya pero que ha expresado muy bien el hartazgo que sentimos muchos sobre la deriva lamentable que la política catalana está llevando desde hace unos años. Ha dicho: «Estoy hasta los cojones de todos nosotros».

Ellos y nosotros

Quien la pronunció por primera vez, si mi información es correcta, fue otro político catalán y republicano, Estanislao Figueras. El contexto en el que la expresó fue uno de los más críticos de nuestra historia, si esa afirmación se puede hacer en un país como el nuestro en el que lo crítico ha sido la normalidad en muchos años. La marcha de Isabel II a París, a un cómodo exilio, tras la revolución septembrina encabezada por otro político catalán, el general Juan Prim, abrió un periodo de incertidumbre que se solucionó con la votación del parlamento que convertiría a Amadeo de Saboya en nuestro rey. El calvario por el que pasó este joven monarca solo lo conoció en profundidad él, pero debió ser terrible ya que cuando abdicó lo hizo «por él y por todos sus descendientes», señal inequívoca de que por estas tierras no se le trató bien. Ante el vacío institucional que esta abdicación planteó, el presidente de las Cortes, Ramón María Rivero, de acuerdo con el presidente del gobierno, Manuel Ruíz Zorrilla, tomó una decisión contraria a la Constitución y convocó una sesión conjunta de los dos cuerpos colegisladores, algo prohibido en el artículo 47 de la carta magna vigente. Un parlamento mayoritariamente monárquico decidió convertir a España en una república y al frente de la misma situó, como presidente provisional, hasta la celebración de elecciones, a Estanislao Figueras.

En esos comicios las fuerzas republicanas resultaron vencedoras y de acuerdo con esta mayoría, la elección del nuevo presidente de la república recayó el 7 de junio en uno de ellos, precisamente en quien llevaba unos meses ejerciendo interinamente, desde el 13 de febrero de ese año de 1873. En esos meses había tenido que resolver algunos graves problemas como la proclamación, intentada en la Diputación Provincial de Barcelona, el 9 de marzo, del Estado Catalán. El 10 de junio, a los tres días de haber sido nombrado presidente de la república, convocó su primer Consejo de Ministros y a modo de saludo a sus ministros pronunció la frase que estamos comentando. Después salió de la sala y se marchó a París. Original manera de presentar su dimisión. Había gobernado casi cuatro meses interinamente y tres días tras ser elegido por las Cortes.

Lo realmente original de la frase fue que no adjudicó los errores, los males, a los otros, a los demás, lo que es habitual. Lo hizo a los propios, a nosotros.

En España somos muy amigos de dividir todo en dos, ellos y nosotros. Nos tomamos la vida, especialmente la política, como si de un partido de fútbol se tratara y solo cabe la victoria o la derrota. Es una forma muy infantil de plantear la convivencia ya que a un niño no se le pueden explicar muchas cosas con la complejidad que sería necesaria. O me gusta o no. El niño come patatas fritas, pero no judías verdes. Un niño se aficiona a un equipo de fútbol y no lo cambia en toda su vida.

Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón. Las dos Españas, ellos y nosotros, parece que no hay alternativa y la guerra civil fue el exponente más dramático de esa dicotomía.

¿Hay alternativa? ¿Podemos soñar con romper los bloques? Paul Preston escribió un libro: Las tres Españas del 36 en el que pretendió explicarnos que en realidad no hubo solo dos bandos, que se podía adivinar un tercero. Leyendo el libro se llega a la conclusión de que en realidad el hispanista británico se centra en unas pocas personas de cierta relevancia social o política que manifestaron su incomodidad por la división en dos frentes, pero poco más. La polarización lleva a una gran división y si queremos vivir con cierto sosiego y sin amenazas guerracivilistas tenemos que intentar romper los bloques y acostumbrarnos a las patatas fritas y a las judías verdes, no solo, como los niños, a una cosa. La pluralidad es buena. No somos nosotros y ellos, tenemos que ser todos.