Vuelve, del 28 de mayo al 6 de junio, la Feria del Libro de Zaragoza, que se ubica como en los últimos años en la plaza del Pilar, frente al ayuntamiento. Habrá que cumplir, como es preceptivo por la pandemia, el aforo restringido y las normas sanitarias, pero suele ser habitual que la gente que va a comprar libros o a pasear por las casetas no se dedique, al menos hasta ahora, a agitar banderas como en la carga de la brigada ligera en Balaclava, ni a encender bengalas como si fueran Fallas, ni a abrazarse como orates, ni clamar «¡campeones, campeones!» como verdaderos posesos, ni hacer botellón como en las fiestas del pueblo, ni cantar a voz en grito cual en una despedida de solteros.

De momento, los visitantes a las ferias del libro no hacen esas cosas, ni siquiera aunque su autor favorito haya ganado un premio, su novelista de cabecera sea el más vendido o su escritora de referencia le firme su último trabajo. De modo que no se preocupen, en la Feria del Libro no se vivirán escenas como las que se han visto en las últimas celebraciones de triunfos deportivos, con los hinchas eufóricos, sin mascarillas, exclamado a pleno pulmón que su equipo de los amores y las pasiones ha ganado una copa o se ha librado del descenso de categoría.

La experiencia demuestra y certifica una y otra vez que las actividades culturales son las más seguras en estos tiempos de pandemia, y, además, los que asisten a estos actos se comportan con absoluto rigor y plena responsabilidad.

Las medidas que toman en este tipo de citas son respetadas por todos los asistentes, aunque algunas sean tan absurdas e incómodas como las que se aplicaron el Día del Libro, con ese recinto enrejado en el que editores, libreros, autores y lectores parecían fieras enjauladas, eso sí, mansas, pacientes y resignadas, como sedadas por un calmante fortísimo.

Una feria de libros es una fiesta de la cultura en la que participan todos los sujetos que hacen posible el fascinante mundo de las palabras escritas, pero muchas veces se olvida algo muy importante: que el principal actor, quien de verdad sostiene todo este tinglado cultural y económico, es el lector. Por eso, es de desear que se trate a los lectores con todo respeto y mimo, y se les ofrezca seguridad, por supuesto, pero también comodidad e información. Escenas como las del Día del Libro, con personas esperando dos horas en una fila sin que nadie les dijera palabra alguna no pueden volver a repetirse, porque los lectores son, hoy por hoy, los únicos imprescindibles