No sé si Marteta sabe quién era Pepe Isbert. Ella, como él, se subió al balcón del Ayuntamiento sin que tuviera que venir ningún señor Marshall con lavadoras y cochazos de mentirijilla. Y como concejala vuestra que soy os debo una explicación. No es necesario, chica. Yo al menos y creo que (casi) todos lo entendemos y lo apoyamos. Cuando hace un año se puso con Adri a colocar la bandera LGTBIQ+, en un pueblete pequeñete, sin Ana Rosas ni Berlangas para tomar el plano, dieron un pasito más hacia la igualdad y reivindicación de este colectivo que, ¡oh sorpresa!, existe en el campo como Chueca.

Este mes se celebra el Orgullo. Lo sabrán porque el arcoíris sale por todos los lados. Ahora muchas veces coloreando una marca, un partido político o un estadio de fútbol como otra estrategia más de marketing por falta de fondo o de criterio. Aquí sí, en Hungría, no. Aunque no hay que ser negacionista con todo y también hay quien se lo toma con la seriedad que merece. Gracias.

Porque airear los símbolos, como esa bandera en el balcón, en espacios de todos, sirve para dar normalidad a lo más normal del mundo, a que cada cual se meta en la cama con quien le deje sin mirar que hay arriba, abajo, al centro y por adentro.

Esta lucha no es sólo urbana de Parade con cacha por la Gran Vía. Es igualmente rural y de todo tipo de personas que se sienten y son gays, lesbianas, bi, queer, trans… un desfile de variedad que rompe con los estereotipos que se marcan sobre este colectivo y que deberían tener una trascendencia mayor.

Porque dejarse ver hace que esos que no lo hacen por miedo, que no tienen la protección familiar, que se sienten inseguros entre los otros, sufren acoso e intolerancia, tengan un reflejo social que les envalentone y quite las dudas. Vean que no son los raros señalados por orcos homófobos, que pueden ser lo que quieran porque son. Y en comunidades pequeñas, donde no hay bares de ambiente, ni asociaciones, ni tantos encuentros entre iguales, es más trascendental hacerse un Pepe Isbert o mostrarse sin más.

Los pueblos ya no son ese armario gigante donde reprimirse en un matrimonio fingido o largarse al anonimato de la gran ciudad para liberarse en paz de incomodidad, menosprecios, insultos, cárcel y palizas. Puede respirarse fuera. Pero de eso a pensar que esa tormenta ya pasó hay un espejismo conformista. La lucha por la igualdad LGTBIQ+ debe avanzar, es cuestión de todos y más cuando se huele el rancio de los que berrean cuando ven que sale el arcoíris por el horizonte. Y seguirá saliendo.