Opinión | DESDE TOLVA

La vieja y las demás

Nos ha llevado el tiempo al confín de los sueños. ¿Conocen esta estrofa? Quizá se avergüencen. Así empieza el himno de Aragón. El oficial. Del otro seguro que se saben hasta las comas. Habrá un día en que todos. Labordeta no fue un hombre sin más. Elevan en grito de pueblo en cualquier plaza en himnos del corazón. Sus cantos componen el imaginario de Aragón. A libertad. A viejos árboles que somos. A polvo, niebla, viento y sol. Arriba los compañeros. Siempre te recuerdo vieja.

El abuelo pintó en su garganta la imagen de la mujer arrugada, vestida de luto, con mandil y soledad. De cadiera y zurcido. De frío de pobre. Esa fotografía se quedó clavada ahí, instalada en un estereotipo que recorre las calles de cada pueblo aragonés buscándome a mi puerta. Hoy llegará, como cada 15 de octubre, reflejo de ese día de la mujer rural. La abuela frente al hogar es uno de esos estereotipos, reales de una sociedad envejecida, que cubren la cosmovisión descrita con trazos gordos. La mujer rural es ella. Y la ganadera. Ahora hasta alguna emprendedora. Si estiras el chicle encontrarás alguna reliquia más del simplismo tópico.

La mujer rural es más. Es la chocolatera de mercadillo. La currante de la fábrica de longanizas. La profe de catalán. La artista de los gatos. La maestra en guerra contra las eléctricas. La madre soltera que sirve cañas. La arquitecta del ayuntamiento. La educadora social de la batucada. La gerente del supermercado. La base que echa un cable en la tienda. La senderista del tarot. La guardia civil galega.

Conozco a cada una de ellas. Y a más. Porque la mujer rural no es una. Ni dos. Son todas. Una diversidad que merece la misma visibilidad que rompa nuestros cánones de razón comprimida.

A todas ellas, hasta la abuela frente al hogar, les pasa lo mismo. Es ese condicionante por ser y vivir en su pueblo que añade más cargas a la discriminación de su género. De las barreras laborales y salarios bajos en un lugar con menos oportunidades, de su ausencia en puestos de poder político, empresarial y asociativo, de su obligada sumisión a la dependencia ajena, de la violencia por ser ella, de la falta de recursos para sentirse protegidas porque la casa de acogida queda lejos y mejor callar, por la censura de la tradición se agarra más en las paredes de piedra.

Usemos este día para ello. No para quedarnos con el recortable de la pastora revolucionaria o la anciana de la gayata, sino mirar a los ojos a la reivindicación que no solo recorre en manifestaciones las grandes avenidas, también esas callejuelas de pueblo por las que se debe avanzar hacia la igualdad plena.

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