Opinión

El mejor homenaje

Espierba o la cima de Treserols. Salvo esto, apunten el cementerio de Montparnasse como final inmejorable del viaje. Ahí que se fue desde Nueva York, Susan Sontag, buen fichaje para descansar en tertulia eterna con Julio Cortázar, Ionesco, Samuel Becket y los poliamorosos Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Vaya tropa.

Como atea practicante, Sontag pasó de ir a cielo o infierno y se quedó en París, que bien vale un entierro. Su alma, sin embargo, se ha quedado entre nosotros por su influencia en la contracultura americana. Entre su legado donó una visión crítica hacia el cáncer que se la terminó llevando. La radioterapia que recibió para curar su tumor de mama y útero derivó después en una leucemia mortal. En su ensayo La enfermedad y sus metáforas reflexionó desde su experiencia sobre la equivocación de encajar como una lucha, como un estado emocional, la cura contra el cáncer y la libertad de vivir esta relación enfadado y jodido.

El lenguaje bélico y su primo el futbolero asolan el Día Internacional del Cáncer de Mama. Ganar, derrotar, partido o batalla definen el uno contra uno al que reducimos el lapsus de estar malo a estar bueno. Estos mensajes son repetitivos en los perfiles sociales de aquellos que airean sus pasos por la quimio, externalizan el proceso que, como reverso positivo, visibiliza un malestar menos estigmatizado.

Obviamente, cualquiera puede lidiar el tema como le venga en gana, faltaría. Lamentablemente, ni las sonrisas ni los lazos rositas curan nada. La Sanidad, sí. La investigación, también. Buenos médicos y mejores investigadores. Es decir, con inversión, con pasta. La pública, no la particular, al menos si queremos que todos tengamos las mismas oportunidades y no se privatice nuestro derecho a estar sanos como Ana Rosas.

No es así. Porque el cáncer es más duro en el mundo rural. Esta semana Verónica Calderero levantó el debate tras su dimisión como jefa del servicio de oncología del Hospital de Barbastro, referente para toda la zona oriental de la provincia de Huesca. Argumenta la calamitosa falta de especialistas que repercute en los pacientes. No es el único mal. Pese a estar prometidos para 2023, en Huesca y Teruel aún no existen centros de radioterapia. Los traslados a Zaragoza o Lérida hacen más pesado y caro este mal trago. Porque reivindicar esa igualdad para tener un tratamiento idóneo o una prueba de detección en provincias no es únicamente un deber amparado por ley sino una obligación moral por todos los que tuvieron, tienen o van a tener esta maldita enfermedad. El mejor homenaje por aquellos que ya no están.

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