La forma es lo más importante: Me imagino perfectamente la primera reunión. “¿Qué diseño va a tener el cohete?”. “Espera. Te lo dibujo ahora mismo”. “Vaya. No está mal. Pero parece…”. “¿Espectacular?”. “No. Me refiero que su forma recuerda vagamente…”. “¿A qué?”. “¿No lo ve, jefe? Parece un pene”. “A ver, es un cohete. ¿Qué forma va a tener si no? ¿Qué gracia tendría si no pareciera un pito enorme surcando el cielo? Si me gasto un pastón en esto es para darme el gusto. ¿Está claro o no está claro?”. “Como el agua, jefe”.

Luna de miel en la luna: “Pase su luna de miel en la luna”, rezaba el folleto de la agencia de viajes. O cómo convertir el casarse (“un pequeño paso para una pareja”) en una celebración por todo lo alto (“un gran paso para la humanidad”). La pareja de novios estudió el folleto y declinó finalmente la oferta. “Demasiada gente, parece Benidorm”, argumentaron a la paciente agente de viajes, “Preferimos un sitio menos turístico. ¿Qué tal Plutón?”.

El planeta rojo pasión: Fui a Marte en busca de agua, pero encontré algo más. Encontré el amor. El viajar en una cápsula diminuta junto a una persona maravillosa, los dos solos durante días y días, une mucho. Para cuando llegamos a los canales de Marte, ya estábamos perdidamente enamorados. Amarte en Marte es lo mejor que me ha pasado.

El último viaje: Sobrevolaba el océano, a 31.000 pies exactamente, cuando Dios se sentó a mi lado. A estas alturas ocurren estas cosas, pensé. “¿Es mi hora?”, inquirí. “Así es”, asintió seriamente. En esto, una azafata se acercó y me preguntó si quería té o café, y sentí que la banal pregunta adquiría en semejante contexto un matiz muy importante; de mi posible contestación dependería mi destino final. “Té”, musité tras reflexionar. “Has tenido buen juicio”, expresó Dios, complacido, y la azafata me sirvió una taza con reverencia litúrgica. La probé, y el avión puso rumbo al Cielo