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La vacuna y los límites de la libertad

La vacuna y los límites de la libertadEFE

Hace ya unas décadas, cuando aprobé el concurso oposición para ser profesor de universidad, los servicios de personal me indicaron que antes de «tomar posesión» debía de pasar por la antigua Jefatura Provincial de Sanidad (hay que ver cuantos nombres ha tenido ese edificio), para hacerme la prueba de la tuberculina y demostrar así que no sufría de tuberculosis y en consecuencia, sin posibilidades de contagio, podía desarrollar la función docente. Yo era libre de querer trabajar o no en la Universidad, pero si mi opción era positiva lo que era obligatorio era demostrar que no podía contagiar a los alumnos de una enfermedad que no estaba ni mucho menos erradicada. Unos años antes, en medio de otra crisis económica y recién vuelto del servicio militar, quise ampliar mis opciones laborales consiguiendo el carnet de manipulador de alimentos y para ello era obligatorio pasar por el citado edificio y hacerte lo que, si no era se le parecía mucho, una PCR para demostrar que estabas libre de virus o bacterias capaces de transmitir enfermedades. Para poder conducir, es decir salir a la calle y a la carretera con un vehículo, es obligatorio obtener antes el carnet de conducir. Uno es libre de conducir o no, pero si quiere conducir, el carnet es obligatorio porque demuestra al menos algunas habilidades llevando un vehículo que puede convertirse en un arma mortal para uno mismo y para los demás conductores o peatones. Para conducir, salvo destalentados, psicópatas y similares, hay que tener el carnet en regla. Pues, concluyendo, uno es libre para trabajar en la sanidad o en una residencia de ancianos o no, pero para hacerlo debería de ser obligatoria la vacunación porque lo que está en juego en este caso no es la libertad individual sino el derecho de los demás a no ser contagiados, lo que en muchos casos significa el derecho a la vida de los usuarios. Nada más y nada menos.

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