A pesar de su óseo, calcificado y agreste aspecto, Bamiyan da nombre a un idílico valle ubicado al noreste de Afganistán, a 200 kilómetros y 11 horas de viaje de su capital, Kabul. Durante siglos Bamiyan fue un edén de cultura global, sustentado por su acrisolada esencia de privilegiado y circunstancialmente mágico cruce de caminos en el que convergían las rutas comerciales terrestres provenientes de la India, China, Asia Central y Europa.

No resulta por ello extraño que, en el siglo II de nuestra era, el emperador de origen escita Kanishka I estableciera en Bamiyan la capital de su imperio, Kushan, el cual se extendía a lo largo de Afganistán, Pakistán y el norte de la India. Allí construyó Kanishka santuarios y monumentos a la moda de la Grecia helenística, reflejo del longevo legado cultural que en aquella hermosa región había dejado el conquistador de la India, Alejandro Magno.

Cuando se adentraba en Bamiyan, la Ruta de la Seda (milenaria vía de tránsito comercial entre China, Turquía y Europa) se teñía de índigo lapislázuli y allí, el susurro de las aguas de sus oasis, se transmutaba en rumor, invitando a las caravanas de mercaderes a disfrutar del descanso. Caravanas en las que también viajaron monjes y artistas budistas que en Bamiyan dejaron constancia de las más bellas manifestaciones artísticas de la rama mahayana (gran vehículo) de la religión búdica. Pero es que además, en Bamiyan, los símbolos de religiones distintas se entremezclaron durante siglos, convirtiendo este valle en uno de los lugares más sagrados de Asia.

Así mismo, en aquel paradisíaco cielo terrestre de aspecto lunar, sus habitantes habían construido, a lo largo de siglos, hasta 12.000 casas, monumentos y esculturas primorosamente talladas en la roca, fabulosa manifestación de arte rupestre que justificó sobradamente su nombre: Bamiyan, «la más bella y próspera de las ciudades».

País esquivo para la cultura occidental, cuando los aventureros románticos del XIX se adentraron en Afganistán y publicaron sus notas de viaje, casi todos coincidían en resaltar las maravillas de Bamiyan, «en donde se alzan dos estatuas colosales, ubicadas dentro de nichos y adheridas a la roca, representando un hombre y una mujer desconocidos».

En realidad, los viajeros estaban describiendo a los Budas de Bamiyan, esculpidos magistralmente hace casi 1.500 años, sobre un farallón de piedra caliza, por unos genios de quienes tan solo sabemos que fueron unos sabios artistas que quisieron expresar, a través de sus dos colosales esculturas, un universal deseo de paz y amor entre todas las naciones de la Tierra.

Los primeros estudios arqueológicos sobre los dos Budas de Bamiyan fueron realizados en 1924 por el arqueólogo Hackin, director del Museo Guimet de Artes Asiáticas, en París. Con una altura de 38 metros, el más antiguo de los dos budas (al que los locales llamaban Shamana) presentaba un aspecto plomizo y su cabello había sido esculpido ondeando a la moda griega. Los arqueólogos piensan que pudo haber sido realizado a finales del siglo VI de nuestra era. El otro de los budas (al que los habitantes de la zona llamaban Solsol) presentaba un aspecto más depurado, siguiendo los cánones de la escultura griega de época helenística. Alcanzaba los 55 metros de altura y se cree que fue tallado medio siglo después que su compañero. Así mismo, existe la certeza de que las dos magnas esculturas estaban revestidas por una rica policromía, destacando de entre la paleta de colores el rojo, el blanco y el dorado.

Hace apenas 20 años (fue el 26 de marzo de 2001) a despecho de las protestas internacionales, los talibanes –estudiantes del Corán– que entonces detentaban el poder en Afganistán, destruyeron –dinamitándolas– las dos estatuas de los Budas de Bamiyan, aduciendo –en una estricta interpretación del libro sagrado de los musulmanes– la prohibición del Islam de representar falsos ídolos.

El 15 de agosto de 2021 (coincidiendo –prácticamente– con el vigésimo aniversario del inicio de la intervención militar de Estados Unidos y de una coalición internacional, contra el Gobierno de los talibanes en Afganistán, en respuesta a los atentados del 11–S) los talibanes volvían a Kabul y se hacían nuevamente con el Gobierno de la nación afgana.

Estupefactos, los ciudadanos de las naciones democráticas vimos y escuchamos a los líderes de Estados Unidos y de Europa anunciar, serena y solemnemente, que los talibanes habían ganado la guerra. La terrible presencia de su ausencia hacía nuevamente visibles a los Budas de Bamiyan.