Opinión | FIRMA INVITADA

Una realidad aparte

Sectas más que partidos son aquellos que quieren hacer pasar por verdad la mentira creando la adhesión de los propios y desafección de los no adscritos

El arzobispo estadounidense Fulton John Sheen (1895-1975), elevado a la categoría de Venerable de la Iglesia Católica, reivindicaba cómo Jesús había expresado el significado de la verdad, cuando dijo a sus apóstoles quién era Él: «Yo soy el que soy». Justamente la antítesis –decía– del demonio, cuya esencia se erige sobre la mentira: «Yo soy el que no soy». Un aparente juego de palabras que, sin embargo, entraña un enorme trasfondo filosófico.

La mentira entraña alienación (del latín alii: otro), es decir, ausencia del propio ser, cuya esencia pasa a ser extrañada por unas ideas o por otra u otras personas. La alienación entraña, por lo tanto, mentira e inmersión en una realidad de trampantojo, inexistente, fatua, virtual, pero que (muchos pueblos africanos lo llamarían brujería) puede actuar poderosamente sobre las personas, provocando en ellas frustración, miedo y por lo tanto, infelicidad.

Esta realidad aparte, enajenada, es la que auspician las sectas con sus falaces promesas de una felicidad perpetua a cambio de sucumbir a sus dictados y consignas. La razón de quienes han caído en las redes de una secta ha sido doblegada, alienada, violentada. Y sectas más que partidos políticos son aquellos que tratan de hacer pasar por verdad la mentira, creando la adhesión incondicional de los propios («presidente, danos más de lo mismo» se ha oído decir en más de una ocasión a la incondicional militancia, ante los desmanes del jefe de su partido) al tiempo que la desafección –por causa de la pérdida de credibilidad– de los no adscritos, es decir, de la inmensa mayoría de la ciudadanía heterodoxa y silenciosa que, gracias a su trabajo para el bien del país y de su familia, es la que verdaderamente aporta servicios sociales y bienestar a una sociedad cada vez más separada de la casta política, a cuya denominación (casta) ninguno de los partidos políticos españoles escapa.

La tolerancia (el diálogo) al que tanto se apela para alcanzar la paz y la cohesión social, ha degenerado en una indiferencia ante la verdad. Pero la vida es la que es y no la que pensamos o la que distópicamente se nos quiere obligar a pensar que es.

Queramos admitirlo o no, en la actualidad vivimos bajo parámetros totalitarios (incluso en nuestra sociedad democrática), donde la mera aritmética (que ha conformado en España la histriónica mayoría política que ha engendrado el Gobierno que actualmente padecemos) se eleva a la categoría de valor social.

Nuestra sociedad global es heredera de los totalitarismos de los años veinte del siglo XX, que han logrado pervivir, travestidos –especialmente el totalitarismo comunista de cuño estalinista– como queda acreditado en China, Rusia, Corea del Norte o Venezuela. Países que están creando tendencia en Oriente Medio (a través de Irán) y, lo más preocupante para Europa, en el área africana del Sahel, una auténtica olla a presión demográfica que puede estallar, alimentada por Rusia y China, en cualquier momento. El paradigma global del momento sigue orbitando en torno a las dos esferas tradicionales: capitalismo y comunismo. Y mientras la primera está asociada al liberalismo, el comunismo, con una capacidad camaleónica para cambiar de imagen (ecologismo, feminismo, animalismo, woke....) sigue manteniendo la esencia totalitaria de la antigua URSS que, con el beneplácito de la intelectualidad, dio a Europa una realidad aparte: una religión, una contraiglesia para reemplazar a la Iglesia, una fe para combatir a la Fe, el inspirado evangelio de Marx a cambio del abandonado evangelio de San Marcos, un dios de la Tierra a cambio de un dios del Cielo, un nuevo cuerpo místico cuya cabeza visible no estaba en Roma sino en Moscú.

Las últimas elecciones en las que Vladímir Putin ha sido reelegido, por abrumadora mayoría, presidente de Rusia muestran lo fácil que es para un dictador crear una realidad aparte en la sociedad. A pesar de las decenas de miles de soldados rusos que han muerto y siguen muriendo cada día en Ucrania, Putin, que es quien los ha llevado y está llevando al matadero, cuenta con el plácet (seguro que también de muchas familias que han perdido en la guerra a sus hijos) de la mayoría social rusa.

Pero no nos escandalicemos por lo que ocurre fuera. También en España el presidente Pedro Sánchez es experto en crear realidades aparte. A pesar de habernos confinado inconstitucionalmente durante la pandemia y a pesar de sus mentiras reiteradas (véase la ley de amnistía, su pasado pacto de gobierno con Podemos, o su acercamiento a EH Bildu) volvió a contar con un importante respaldo popular en las últimas elecciones y sigue, impasible, en el Gobierno de España.

Y lo peor: Los representantes de los partidos políticos españoles (sin excepción) que deberían dar ejemplo a las nuevas generaciones de cordura, respeto y dignidad, en aras de la verdad, son tanto en formas como en hechos, todo lo contrario: hacen alarde de la mentira, mientras insisten en que es la verdad. Así, ellos son lo que no son. Y este es el mensaje que cala. De ahí la desafección palpable entre los jóvenes a sus estudios y al compromiso de facto que tienen con la sociedad futura. Pero ellos no son los culpables de esta situación, sino sus víctimas. La realidad que se les presenta es devastadora y por ello prefieren una realidad alternativa, una realidad aparte, que encuentran en las redes sociales y en los videojuegos. Vivimos en una edad del vacío, donde la identidad personal solo tiene sentido si es valorada por los demás. Una gran paradoja, pues esta aspiración denota una gran falta de autoestima personal. Es por ello que una de las profesiones que más gustan entre los jóvenes, ya desde su etapa adolescente, es la de llegar a ser influencers.

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