Opinión | firma invitada

¿Cuando acabe me lo pasa?

Puedo ver, por ejemplo, la diferencia abisal entre cómo tratan la guerra de Gaza los medios de comunicación españoles y la prensa israelí

Me gusta desayunar leyendo el periódico mientras me tomo una taza de café, acompañada, según se tercie, de churros, bollería, y ¡cómo no! de un buen torrezno, como los que hacen en el bar Chicago, en el barrio de la Almozara.

Como asiduo lector, casi todos los días compro el periódico y para leerlo siempre busco un bar en el que en lugar de la MTV (programa de música, acompañadas las canciones de sus vídeos promocionales) tengan el televisor sintonizado en un canal de noticias, preferiblemente el de 24 Horas de TVE.

Mientras desayuno, tengo la costumbre, además de leer el periódico, de echar una ojeada al móvil, para leer algunos medios internacionales (Times of Israel, BBC News y France 24) y así comparo las noticias nacionales con las que se emiten en otros países. De este modo, puedo ver, por ejemplo, la diferencia abisal entre cómo tratan la guerra de Gaza los medios de comunicación españoles y la prensa israelí.

El caso es que, cuando miro el móvil, obviamente, debo dejar el periódico que he comprado a un lado. Distraído como estoy, oigo una voz de alguien que parece dirigirse a mí me dice: «·Con su permiso, me lo llevo». Y, efectivamente, veo atónito que el señor ha cogido mi periódico y se lo lleva a su mesa para leerlo. Así que, antes de que llegue a su destino, alzando ligeramente la voz, pues ya está a unos metros de mí, le digo al señor: –disculpe, es que el periódico es mío. –¡Ah, usted perdone! Es que como he observado que no lo leía y creía que era del bar, por eso lo he cogido.

En otra ocasión y en un bar distinto al anterior, estaba desayunando con mi periódico cuando al alzar la vista, observé que una pareja (una mujer y un hombre) mayores, me miraba con insistencia. De vez en cuando reojeaba para ver si seguían obstinados en monitorizarme y así lo pude constatar. Hasta que, con un tono casi airado, el señor viene hacia mí y me espeta: "¡Oiga, que al bar se viene a leer el periódico, no a estudiarlo, así que termine y pásemelo, que lleva ya un buen rato leyendo!" Feliz por haber cogido al hombre en un renuncio le digo con serenidad: "Pues, mucho rato llevo y más aún que llevaré, pues el periódico lo he comprado y no es de la casa". Y a continuación, felicitándolo por su pasión por la lectura de la prensa diaria, le indico que a menos de 200 metros del bar hay un kiosco donde podría comprar el periódico cuya línea editorial más le guste. Contrariado, el hombre titubea y a punto está de excusarse por su comentario, aunque finalmente no lo hace y haciendo caso omiso a mi consejo de acercarse al kiosco, me dice: ‘"No, no... si nos vamos en seguida".

En otra ocasión, en la que también andaba yo en una cafetería desayunando y leyendo el periódico que había comprado, aún no acababa de pedirle al camarero mi café con leche cuando una señora se me acerca y me dice: "¿Cuando acabe me lo pasa?" Esta frase me choca y al instante me hace pensar que esa señora da por hecho que nadie compra el periódico y que si alguien lo lleva en la mano es porque lo acaba de coger del revistero de la cafetería.

Podría contar muchos más casos y anécdotas de periódicos y desayunos similares. Yo siempre me lo tomo a bien. Y hasta alguna vez he tenido que pedir al camarero que me dijese a qué mesa alguien se había llevado mi periódico. A veces he podido observar una mueca de ¡Uf, qué bochorno! le he cogido el periódico a este señor, que se lo había comprado. Entonces, yo para que no se sienta mal, le digo con llana jovialidad: "¡No se preocupe usted! Yo en su lugar habría hecho lo mismo".

De todo lo anterior saco dos conclusiones: una buena y otra menos buena. La buena es que a la gente le gusta leer el periódico. Por eso no hay un bar o cafetería que se precie que no tenga, al menos, dos periódicos (el local o nacional y uno deportivo). Y casi siempre están pillados. La conclusión negativa es que la gente no está dispuesta a gastar el poco dinero que cuesta el periódico (si se vendiera por el precio real de su coste, el precio de la prensa diaria se triplicaría), y no lo compra porque el personal, en general, no valora el gran servicio de información de calidad que los periódicos siempre ofrecen.

De hecho, uno de los índices por los que se mide la cultura de un país es el número de periódicos que se venden allí al año. Llegados a este punto, se atribuye a Valle Inclán la anécdota siguiente: al final de una de sus conferencias en el Ateneo de Madrid, alguien se quejó de que los libros y por ende la cultura eran caros, a lo que el escritor gallego le respondió: si cree que la cultura es cara, piense usted cuánto más lo es la ignorancia.

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