A veces, los humanos necesitamos de la ficción para comprender la realidad. La ficción nos da la perspectiva que nos niega el día a día y nos susurra la verdad, envuelta en esas mentiras que nos ayudan a digerirla.

A veces, la ficción es capaz de viajar hacia el futuro de una forma tan visionaria, que solo mucho después, cuando llega ese futuro, reconocemos en la ficción que lo esbozó el espejo en el que podemos mirarnos y atisbar las trampas y los peligros.

A veces, la ficción adopta la forma de paradigma y se convierte en mito. Otras veces, la ficción reviste la forma de profecía y aguarda dormida el momento de sacudirnos y hacernos despertar. Esto último es lo que hicieron George Orwell y Aldous Huxley hace cerca de cien años con sus distópicas novelas, '1984' y 'Un mundo feliz', en las que imaginaron mundos que durante mucho tiempo nos parecieron utópicos, ridículos o exagerados, y que más que infundirnos temor, nos hacían reír.

1984 cuenta cómo el Gobierno de un país imaginario vigila permanentemente a sus ciudadanos, hasta el punto de ingeniárselas para saber no solo lo que hacen y dicen, sino también lo que piensan. El Gran Hermano lo ve y lo sabe todo. El Gran Hermano determina cuáles son los pensamientos, los sentimientos y los actos correctos. En ese mundo, la libertad es disidencia y la disidencia se castiga con la tortura, el lavado de cerebro, la reeducación, la anulación o la cancelación.

Harmonía

'Un mundo feliz' nos presenta una sociedad feliz de estar entretenida y exultante del más artificial y vacuo de los disfrutes, una sociedad feliz en la que reina la harmonía y la paz entre unos imbéciles de diseño, modelados por el 'Estado Mundial'. Unos humanos descafeinados son felices, gracias a su incapacidad para ser otra cosa que felices. Unos humanos, más próximos a una especie de animalidad sofisticada que a una verdadera y auténtica humanidad diversa, pasean sonrientes y ciegos de soma, la droga perfecta, sin resacas ni otros molestos efectos secundarios.

¿Les va sonando algo de todo esto?

En un ensayo más del Metaverso, el nuevo algoritmo fijará el precio de lo que adquiramos en función de lo que el nuevo algoritmo vaya sabiendo de nosotros, tras observarnos a diario en todos nuestros movimientos. Cada vez será más difícil esquivar al algoritmo. Lo que el algoritmo cree que somos será lo que seremos, porque el algoritmo acabará decidiendo a dónde vamos, qué podemos tener o qué no y en definitiva qué y cómo queremos ser.

Los profetas del transhumanismo anuncian que en unos diez años nuestros cerebros podrán conectarse directamente a internet

Los profetas del transhumanismo anuncian que en unos diez años nuestros cerebros podrán conectarse directamente a internet sin necesidad de molestos dispositivos externos. Primero será a través de cascos o gorras de quita y pon, pero después el chip se implantará sin mayor problema en nuestro cerebro, amplificando sus potencialidades. Ya no iremos mirando el móvil mientras andamos por la calle, sino que nosotros mismos seremos un móvil con patas.

La inmortalidad ya no es un sueño inalcanzable. La oferta es incipiente pero diversa: criogenización, órganos de repuesto, vaciado de nuestra conciencia en un disco duro, sustancias que nos hagan cada vez más inoxidables, etc, etc. Por supuesto, todo ello solo disponible para unos pocos elegidos. Los demás, la inmensa mayoría, acabarán sobrando y esa será la salvación de un planeta que ya no soporta a tanta gente que tiene la mala costumbre de vivir, procrear, molestar un poco y finalmente morirse.

Ruedas de molino

Si nos fijamos bien, nos daremos cuenta de que ya hay dos grupos de ciudadanos: los que comulgan con todas las ruedas de molino que les ofrecen las autoridades y los guardianes de la moral; y los que ponen en duda la doctrina oficial, piden explicaciones, aportan otras versiones de la realidad o simplemente se niegan a algo. Los primeros tienden a ser mucho más numerosos, consagran su vida a disfrutar y no se cansan de desear a sus congéneres que disfruten más y más. Los primeros se muestran felices de estar en el lado correcto de la Historia y se reafirman en sus convicciones de múltiples maneras, sobre todo, persiguiendo a los segundos, a quienes desprecian por su limitada capacidad para disfrutar y su obstinado empeño en molestar y estorbar a los que disfrutan de la fiesta.