El Periódico de Aragón

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Rafael Campos

TERCERA PÁGINA

Rafael Campos

Bisutería judicial

Últimamente el CGPJ anda como desorganizado, disfuncional, pero cobrando, claro

La judicatura no suele estar presente en la historia cotidiana más allá de sus afanes para resolver sucesos consuetudinarios. Sus sacerdotes, incorruptibles arcángeles guardianes del recto proceder del común, dictan y resuelven, condenan y absuelven sin mirar a un lado ni a otro que no sea lo que les señala la ley y la justicia; para eso nos la figuramos ciega, con la balanza y el espadón, y ahí está el latinajo: dura lex sed lex. Pero por encima de estos esforzados paladines, por sobre esta fiel infantería de la justicia, flota una pirámide lejana, una trama de magistrados de rango creciente hacia una cúspide que se pierde en una nube cercana al mismo sol, donde brilla un artefacto que se llama CGPJ. Y ello es que la dichosa cúspide está siendo noticia en las últimas y penúltimas y hasta antepenúltimas semanas, por lo que es, por lo que hace, y por lo que no hace.

El Consejo General del Poder Judicial es un órgano poderoso, que su nombre ya lo dice. Últimamente hemos visto y leído que parte del órgano no cumple su función, y el órgano anda como desorganizado, disfuncional –pero cobrando, claro–. En las teles vemos un instante a los componentes del órgano, ora reunidos en aparente y cordialísimo desacuerdo; ora inaugurando con gran pompa y circunstancia una cosa que llaman año judicial. El año judicial lo inauguran cada año, y de tan pomposa inauguración se siguen grandes beneficios para la población, se conoce; lo que pasa es que no nos damos cuenta. Será que nos fijamos poco.

En esos cónclaves tan magnificentes y fastuosos, los más altos representantes de la judicatura aparecen con todas sus dignidades y demás bisuterías en forma de collares y escapularios, y con no menos grandes insignias, y diciendo cosas; y el rey en el centro, también con el collar correspondiente, más grande que ninguno, o sea, y diciendo cosas también. Impresionante toda la orfebrería que ostentan.

Resulta, por cierto, que todos ellos están en funciones; o sea, que no deberían estar donde están, porque les toca a otros. Pero viene a ocurrir que a estos otros los tienen que nombrar ellos mismos, y al parecer, si lo entendemos bien, a una parte no se les antoja elegir a sus suplentes de acuerdo con la ley vigente, que al parecer no les gusta, y como no les gusta, pues no la cumplen; y eso que ellos fueron elegidos y cobran su sueldo de acuerdo con la misma ley que se niegan a cumplir. Quieren que antes les hagan otra que les guste a todos. Conque si lo entendemos bien, ¿las más altas dignidades de la judicatura estaría incumpliendo la ley? ¿Y no es delito no cumplir una ley? Y a los que cometen delitos ¿cómo los denomina la ley? Pues como dice la copla: eso mismo fue, lo que yo le pregunté.

Y en fin, todo poder necesita su rito, su representación, su pompa y su cosa, ya se sabe. El signo quiere ser símbolo, y serlo de la mayor dignidad; quiere parecer sagrado; la estampa de un poder que infunda un respeto total, absoluto, definitivo.

Pero para eso, para que inspiren ese pretendido carácter reverencial, aquellos que ostentan semejantes ropones, bisuterías y demás puñetas debieran ser personajes intachables y portadores de las mejores cualidades: sabiduría, prudencia, honorabilidad, etc. y dar ejemplo insobornable de la más acrisolada y personal independencia, para que esta otra supuesta y cacareada independencia judicial y la no menos pregonada separación de poderes fueran algo más que dos monsergas difíciles de tomar en serio sin una buena dosis de fe ciega, sorda y muda y hasta medio lela, como suelen ser las fes –que ya lo dice la razón, mucho más avisada–.

Conque así las cosas, es pena que no podamos conocer cuánta confianza y cuánto respeto merecen entre el común estos próceres tan ricamente enjaezados.

No disponemos de encuestas, qué le vamos a hacer. Pero en caso de que se pudiera sospechar legalmente, sospecharía que no demasiado; y lo sospecharía respetuosamente, claro; no cosa vaya a ser qué.

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