Sala de máquinas

Un ruso y un catalán

Juan Bolea

Juan Bolea

Al saber que perdía el sillón que tanto ambicionaba, el candidato por Junts a la alcaldía de Barcelona, Xavier Trías, exclamó lo siguiente: «¡Que os den a todos!».

En una misma o parecida línea, unos días antes, Vladímir Putin, en respuesta a la pregunta de si estaba dispuesto a limitar su arsenal nuclear, exclamó: «¡Que os jodan a todos!».

Esta coincidencia en el lenguaje, en el despecho, en el rencor o en el odio, entre Putin y Trías, entre un loco asesino ruso y un enloquecido político catalán, los une en algo que ambos, además, tienen innatamente en común: la intolerancia.

Procedente, en el caso de Putin, de los cimientos de una dictadura de corte fascista que él mismo ha ido edificando sobre la deificación de su propia y pobre figura, a base de encarcelar a la oposición o dar órdenes (supuestamente) de eliminar a sus más destacados representantes y a quienes se le oponen desde los medios de comunicación.

Procedente, en el caso de Trías, de un inconfesable sentimiento de superioridad racial, intelectual, y de un afán de apropiación, de un (supuesto) derecho de propiedad sobre las instituciones públicas catalanas, que les pertenecerían en legado y disfrute desde que para sus descendientes las conquistara Jordi Pujol.

Además de muy mala educación, en ese amenazante y vulgar «que os den», «que os jodan» o «que os jodáis» subyace una muy seria advertencia de futuro: llegará el día en que, efectivamente, «os joderéis», «os darán» porque todo ese odio acumulado en un desbordante deseo de venganza se materializará en una reacción –¿un bombazo por parte de Putin, la reconquista del poder por parte de Junts?–, que pondrá en su sitio a quienes les querían «dar» o «joder», restableciendo el orden establecido (una dictadura cada vez más férrea en Rusia; el gobierno de los «indepes» en las instituciones catalanas).

Demostrándose, una vez más, que el insulto, el ataque o desprecio solo conducen, en política y en los órdenes generales de la vida, a situaciones de empobrecimiento, a enfrentamientos radicales, preludio de explosiones de violencia, y muy lamentables desdichas. Evitarlas conducirá, en cambio, a la tolerancia, a la solidaridad, a la concordia… Virtudes de las que estos dos «políticos», tristemente aquí citados como perniciosos ejemplos, notoriamente carecen.

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