Sala de máquinas

Puigdemont, legislador

Juan Bolea

Juan Bolea

La Constitución española cumple cuarenta y cinco años con apenas cambios, a la espera de la monumental reforma que está ultimando ese ambicioso legislador llamado Carles Puigdemont. Asesorado por el diplomático Francisco Galindo, cuyo padre ya hiciera a medida de futuros tiranos la Constitución presidencialista de El Salvador, por los fanáticos jurisconsultos de su secta, Jordi Turull, Míriam Nogueras, y por el testigo Santos Cerdán, del segundo partido abajo firmante, Puigdemont y Junts perfilan las cláusulas de la revolución legislativa que presentarán al Gobierno español para su pronta aprobación.

Como primera reforma, la ley de amnistía marcará un antes y un después con esa Transición que, según el engañado pueblo español, era un modelo de virtudes democráticas, pero en la que Puigdemont ha descubierto rasgos de tiranía franquista en forma de «·cuervos togados» (jueces) y un Jefe del Estado, «el Borbón», nunca elegido por el pueblo.

Vendrá luego la segunda reforma, más importante aún. En ella se regulará el referéndum de autodeterminación de Cataluña, al que se pondrá urna y fecha. El legislador (Puigdemont) no se opondrá a que otras comunidades autónomas expresen su deseo de independizarse de esa horma que se venía llamando «madre patria» para pasar a ser cada uno de su padre y de su madre. La Cataluña republicana podrá entenderse muy bien con la Rusia de Putin. De hecho, se ha dado ya intercambio de espías y tácticas militares. Con el rublo, el gas y el petróleo ruso podrá resistir a la espera de que el País Vasco formule asimismo su autodeterminación y la aborrecida España colapse. Para facilitar su tránsito de monarquía a una república que, lógicamente, se deberá inspirar en el modelo catalán, Puigdemont propondrá una última reforma constitucional, ampliando la figura del relator no solo a sus conversaciones con el mudo Santos Cerdán , sino a las que en el futuro deberán abrirse entre Felipe VI y quienes lo vayan citando en el extranjero para preparar su abdicación.

Cuando no quede Constitución, territorio ni nación, muchos se preguntarán cómo pudo pasar eso. Si entonces no tienen respuesta será porque no se lo preguntaron a tiempo, cuando Puigdemont no legislaba todavía y la Constitución formulaba aún aquel país que antiguamente se llamó España.