Opinión | SALÓN DORADO

Y tú más

"Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta". Esta frase, tan rotunda como hipócrita, se atribuye al presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt, que se refería así a Tacho Somoza, sangriento dictador nicaragüense; se dice que la usó el Secretario de Estado Henry Kissinger, en su caso referida a Tachito Somoza, hijo del anterior y también dictador no menos sanguinario. Esa misma sentencia podría aplicarse por los estadounidenses, sin cambiar siquiera la coma, a tipos como Osama bin Laden, en su día colaborador de los Estados Unidos y luego su enemigo número uno, o a Sadam Huseín o al rey de Arabia o al de Marruecos, tipos abominables pero que en determinados momentos sirvieron con eficacia, algunos lo siguen haciendo, a los oscuros intereses de ese país por medio mundo.

Salvando las distancias, y no es mi intención compararlos, los partidos políticos utilizan a personajes muy cuestionables para hacer trabajos sucios que los jefes del cotarro evitan para, utilizando los manidos tópicos, «no mancharse las manos de barro» o «no pringarse de mierda».

La política española es un cenagal. Los aparatos de algunos partidos políticos se han convertido en meras oficinas de colocación de militantes, acólitos, simpatizantes, afines y familiares, y algunos en instrumentos directos de la corrupción o, al menos, en hacer la vista gorda ante escándalos monumentales. Es verdaderamente asombroso cómo unos y otros intentan tapar la corrupción en su propia casa voceando a gritos destemplados la existente en la ajena. Asertos como «poner en marcha el ventilador» son más que apropiados en la política española de hoy. Cegados, o cerrados los ojos que para el caso es lo mismo, por un partidismo exacerbado y por un sectarismo indecente, son capaces de «ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio», valgan también estos tópicos.

Abochorna escuchar una interpelación sobre la corrupción en el Congreso y oír cómo en vez de responder a la pregunta, el interpelado se dedica a decirle al interpelador que «y tú, más», sin darse cuenta de que así acepta la acusación, admite la culpa y la justifica en cierto modo, dejando entrever que «todos los políticos son iguales».

Supongo, sólo supongo, que los dirigentes del PSOE sabían (y si lo desconocían es que son unos zoquetes de cuidado) que el tal Koldo era un tipo violento, macarra, condenado por agresión y con menos luces que un ciruelo. Les dio igual. Un tipo así les venía bien, tanto que Pedro Sánchez lo tildó de «militante ejemplar».

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