Opinión | SALA DE MÁQUINAS
Hernández y Fernández
En el ADN de nuestros políticos hay un reflejo compartido: cuando no saben qué hacer, abren una comisión.
Sin grandes cosas en las que faenar, al carecer de presupuestos que gestionar, el Congreso de los Diputados se dedica ahora a la investigación policíaca.
Como si Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo hubiesen abierto oficinas de detectives, como si sus diputados se hubieran convertido en investigadores y sabuesos, la Cámara Baja se ha convertido en el escenario de una intriga detectivesca con trasfondo político.
Ya puestos, sería bueno que entre sus señorías hubiese alguno dotado de ese sexto sentido que los grandes pesquisidores acreditaron a la hora de resolver profundos misterios, la noble virtud que hermanó a Auguste Dupin con Sherlock Holmes, Poirot, Sam Spade o el teniente Colombo, pero mucho me temo que dicho talento no exista en esa adocenada Cámara de representantes, o más bien de figurantes, y que vayamos a ver a Feijóo y a Sánchez transformados en Hernández y Fernández, aquellos torpes agentes del elenco de Tintín que, incapaces de encontrar sus propios bombines, se equivocaban una y otra vez de sospechoso, de pista, de nombre, de hora, incluso de asunto, haciendo reír al lector.
Si por lo menos nuestros representantes/figurantes nos hicieran reír…
Risa es lo único que han causado hasta ahora las anteriores comisiones de investigación puestas en marcha por el Congreso para investigar supuestos casos de corrupción. En pasadas legislaturas, robando titulares, sus señorías investigaron toda clase de delitos, hicieron comparecer –como se proponen reincidir ahora–, a cientos de peritos y testigos, para, invariablemente, cerrar en falso sus profusas y confusas investigaciones. Ninguna de las cuales ha servido hasta hoy para iluminar el camino de la instrucción a juez alguno, ni ha tenido la menor consecuencia judicial.
Pero no por ello debemos quitar la ilusión a los nuevos Hernández y Fernández de seguir jugando a detectives. Al menos, estarán entretenidos buscando al chino de las mascarillas, al primo del cuñado de un alcalde o ministro, a este o aquel otro resbaladizo conseguidor, y no se les ocurrirá seguir legislando en la actual situación de precariedad parlamentaria.
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