Opinión | la comedia humana

Corazones de adamantium

Los Españoles Llorados de Casa son una nueva legión de machotes que, en cuanto leyeron la carta de marras, proclamaron su ausencia de llanto

El presidente incurrió en una acción insólita. Con semejante gesto rompió la convención de forma inusitada y se organizó el drama nacional guionizado convenientemente desde Madrí. La comedia humana tiene a veces esta cosa, que te la dan servida casi con la preceptiva del mismísimo Aristóteles, y la carta originó, por consiguiente -que diría don Porconsiguiente, Felipe para los amigos-, el correspondiente «clímax» de suspense en todo el reino democrático -valga el civilizado oxímoron-. Las razones que esgrimió el prócer fueron también de carácter personal, emocional, pero imposible separarlas de su connotación política, así que cada caseta permanente de la feria madrileña se puso a interpretar la famosa carta aplicándole su partitura conocida, estribillo mediante. Mención aparte para cada una de los/las portavoces y portavozas acreditados, a las que se sumaron las cuadrillas de los diferentes medios, cuartos y enteros de la comunicación nacional, cada uno con sus sobresalientes, que nos deleitaron con su faena a la vez que nos explicaban a los comunes del resto de las Españas qué teníamos que pensar de la cosa presidencial. Y todo eso, ya se dice, desde el mismísimo Madrid de las Hespérides, y en directo para los votantes y votantas de provincias y provincios.

Variedad de estilos, por cierto, en los análisis de la carta; desde la mugre más hedionda segregada a brochazos y hasta con dedos y cerebros pringados de mierda, hasta finísimas ironías de lucimiento cómico taurino musical, que está todo muy difícil y hay que hacer méritos donde corresponde. Conque ya estaría, que se dice ahora. Faltan acaso para el análisis completo los hallazgos autonómicos, a los que sólo tiene acceso la parroquia provincial, cachis; igual hay por ahí alguna joya regional, -como esta misma sin ir más lejos, je- que se perderán, ay, los lugareños de las distintas fincas de recreo real que conforman el reino social y democrático de derecho donde nos vinieron a nacer. Pero con la sagacidad que caracteriza a mi otro yo, y siempre a escala provincial, ya digo, queremos llamar la atención sobre un aspecto en particular de la reacción en cadena provocada por la carta presidencial.

Entre los españoles, ya sabíamos que había numerosas categorías; anotamos algunas a modo de ejemplo -pero hay más, porque ya sabemos que cada español, sin estudiar ni nada, traemos de nacimiento un entrenador de fútbol, un presidente de gobierno, y varias modalidades de ministro del Interior-, a saber: españoles de a pie, de a caballo, en Maserati, con yate y finca, con o sin cuñado en el ministerio, mucho españoles, españoles a la fuerza, españoles distraídos, desganados, desvaídos, dudosos, con sus subdivisiones: conformados y quejosos; españoles periféricos, huidizos (que se quieren borrar, o sea) y aún hay más, pero lo dejamos por ahora para centrarnos en un último grupo, inadvertido hasta ahora hasta para los mismísimos CISES públicos y privados, pero que aumentará sin duda la gloriosa imagen de la marca España en el mundo: los Españoles Llorados de Casa. Los Españoles Llorados de Casa vienen a ser una nueva legión nada famélica de machotes y machotas que, en cuanto leyeron la carta de marras, se dispusieron a reaccionar en diversas poses, colocándose primero el palillo en la boca: unos marcando bíceps, otras luciendo perfil hombro recto y dorsales, otros más acreditando abdominales, vientre y encefalograma planos, etc. Todos ellos unísonamente con tono achulado, torciendo sonrisa desdeñosa y cambiando el palillo de comisura, proclamando su heroica ausencia de llanto en público, por venir, según confesión propia, «llorados de casa». Ah, y a los sones trémulos de Soy el novio de la muerte, esa balada. Hay que imaginar a estos Rambos ibéricos en su domicilio particular, cada día, pegándose el atracón de llorar a escondidas, consolados acaso por sus parejas, hijos, padres, mascotas, reales o de peluche, soltando hipidos desgarrados y sorbiendo mocos de vergüenza.

Algunos, quién sabe, preferirán darse el berrinche al llegar a casa -«Venga, venga, hale, ya está ya se ha pasado el día, ánimo, que no se te note mañana»-, consolados por su correspondiente con golpecitos en la espalda; otros tal vez prefieran llorar a raudales antes del desayuno, a saber; las rutinas caseras son tan personales… Los miembros y miembras de esta nueva División Legionaria Ibérica, llamada Corazones de Adamantium, una vez en la calle, sacan pecho, templan bíceps, tríceps, cuádriceps y hasta quíntuceps, tableta abdominal presente, y muslos de mármol de Carrara, y mirando al destino a la cara encasquetan palillo en comisura, buscando desafiantes cualquier escenario para lucir su heroísmo y proclamar su divisa: «Hay que venir Llorado de Casa», gritan en formación y a una sola voz, duros y desdeñosos para con aquellos flojos que se atreven a confesar sus melindres en público. En casa queda la parva de llantos y mocos, alguien recoge los clínex, o pañuelos de fina tela con iniciales acaso, en fin, toda la mocada lacrimógena domiciliaria que han ocultado para que no se note fuera. Pero como son tan listos, van y lo dicen: que lo suyo es puro disimulo.

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