Opinión | LA COMEDIA HUMANA

‘Cui prodest’

Igual habrá quien pueda dudar de la cacareada independencia judicial, sobre todo a partir del proceder de ciertos magistrados

Es la cosa que la UCO de la Guardia Civil dice que no halla delito, pero existe denuncia de un magro montón de recortes de esa prensa, esa prensa, ya sabemos cuál, y va el juez, ese juez, y decide pasar por alto el informe de la UCO y hacer caso de las trolas y medias verdades presentadas como base de la denuncia por ese sindicato mugriento, ése que sabemos, que se pasa el día de denuncia en denuncia. Denuncias no para ganarlas en sentencia, que no suelen, sino para enmierdar el panorama y poner en la picota al investigado. Eso renta. Tú busca un juez de naranja, o un juez de limón, o si no alguna tónica juez, que las hay y los hay, y cuando esté en su sitio ése que sabemos, le llevamos «el material» y ya él se ocupa de que triunfe la justicia gracias a su acrisolada independencia. Y entre que sale y no sale el resultado del pleito, la fiel infantería de la otra independencia, la periodística, esa que sabemos, pone el ventilador e inunda y esparce la mierda que amasan a mano, sin guantes ni nada –así la disfrutan más– y la manufacturan para las barras de los bares de España, esos acreditados clubs de debate sereno y civilizado que «habemos» que diría el castizo, entre cañas, fandanguillos y alegrías, palillo en comisura, y media de gambas que es domingo, coño, y con esto ya ganamos seguro. Es de libro la jugada; bueno, ni siquiera de libro entero; de solapa de libro, pero y qué, qué pasa, a ver.

Si no fuera por la fe inquebrantable, que (no) tenemos (ni pizca) en la independencia judicial, esa cosa que es tan en sí, tan para sí, que pudiera decirse que el juez que se ocupa precisamente, muy, pero que muy precisamente, de la cosa de la esposa del presidente del Gobierno, Peinado de apellido, estaría a punto de hacernos dudar un poco más aún, si cupiera, de su independencia judicial; es decir, a punto de hacernos pensar que no es sino muy dependiente de otras finalidades. ¡Pero cómo va a ser eso, con la independencia judicial tan maja que tenemos! Lo que pasa es que la acrisolada independencia del mencionado servidor de la ley se aplica aquí con tanto celo que causa hasta recelo: hasta pudiera decirse aquello que dicen que dijo Cicerón, o casi lo mismo que puso Séneca en su Medea: cui prodest. Pero fuera dudas, coñe, que está la independencia judicial. Menos mal.

No obstante –no obstante– la última cosa, aparte de lo raro, raro, raro que resulta que no haga caso el celosísimo juez Peinado del informe exculpatorio de la Unidad Operativa de la Guardia Civil, pero sí haga caso sin embargo – muy sin embargo– del manojo de recortes aludido; pues eso, que la última cosa, decimos, viene a ser que cita a la esposa del presidente del Gobierno precisamente en plena campaña electoral, mira tú qué casualidad tan independiente. O sea, igual habrá quien pueda dudar de la cacareada independencia judicial, sobre todo a partir del proceder de ciertos magistrados, y habrá también, tal vez, vaya usted a saber, los que no alberguen ya la menor duda al respecto. Pero claro, esta cosa tan estupenda, la independencia judicial que le decimos, es como el valor en el soldado y la creencia en el embarazo virginal de la santísima virgen, cosa de fe; y ante la fe, la razón huye escarmentada, no sea que la pillen y la quemen otra vez por hereje, que se han dado casos, si recuerdan. ¡Ay aquellas hogueras de la santa tradición! Y si la fe atropella la razón y le ha metido fuego en plaza pública tantas veces, la independencia judicial tampoco se anda con chiquitas. Hubo uno que proclamaba chulesco que tenían controlado al Supremo mediante un juez del mismo, y salía hasta el nombre del controlado, y el nombre del controlado y el controlado mismo ahí están, ahí están, como la famosa puerta, y no se te ocurra preguntar, que lleva las puñetas con el mismo honor y la misma gloria que si aquel tipo no hubiera dicho lo que hubo.

Pues lo mismo con este afanoso juez, Peinado de apellido, servidor del Estado, de la ley, del derecho, o sea. Al parecer hay costumbre, norma no escrita pero tácitamente respetada, de dejar para después de los comicios cualquier asunto no definitivo que pudiera influir en la campaña; mas ya digo, el flamígero juez Peinado no admite reparo alguno en su copiosa sed de justicia con toda la celeridad posible. No le vaya a ocurrir como a sus adláteres valencianos, que me parece entender que por no darse la prisa debida, se les pasó el arroz y le prescribieron los delitos probados de corrupción al tipo aquel, el tal Camps, que mire usted por dónde, éste sí que ha resultado inocente en todos los juicios de la independencia judicial. Delitos caducados, sin efecto por fecha de caducidad, gracias a que prescribieron. Debe de ser por eso la prisa de don Peinado, el juez independiente de la gloriosa independencia judicial española, luz, faro, ejemplo, guía y envidia de orbe civilizado.

En fin, ante la duda, nos preguntamos a lo cursi: ¿cui bono? Y nos santiguamos; mal, claro, por escasas fe y costumbre. Que no nos pase nada.

Suscríbete para seguir leyendo