Reparar

Carolina González

Carolina González

Me dieron la cultura y la educación y me robaron el alma». «No tengo miedo a la muerte, sino a la vida». Estas duras afirmaciones las ha escuchado una de las personas que atiende y acompaña a víctimas de abusos sexuales tanto dentro como fuera de la Iglesia en Teruel. La diócesis turolense es la primera de Aragón en poner en marcha este servicio para aquellos que necesitan contar su historia y sentir que les comprenden. Es el primero de los muchos pasos que debería dar la Iglesia para redimirse de sus propios pecados, que son incontables y gravísimos.

Aunque algún Papa ha abierto ligeramente alguna ventana para airear temporalmente las estancias vaticanas, el gesto ha sido insuficiente y poco o nada reparador para las víctimas. El perdón pronunciado por el máximo responsable de la Iglesia católica ha sido efímero y no ha conllevado las responsabilidades esperables. Tampoco ha acarreado ningún tipo de cambio de actitud por parte de la jerarquía eclesiástica que, incluso, se ha negado a colaborar con la justicia.

Cada cierto tiempo salen a la luz nuevos casos de violaciones y abusos sexuales a menores en colegios, parroquias o campamentos organizados desde alguna diócesis. No son casos aislados sino prácticas habituales y extendidas por parte de muchos sacerdotes. Negarlo es mentir y eso todos sabemos que es pecado.

La Iglesia tiene una deuda muy grande con las miles de personas que han sido violadas, vulneradas, estafadas, agredidas y amedrentadas por religiosos. Aprovechándose de su posición privilegiada, su sabida protección por parte del entorno y su credibilidad en el hipotético caso de desvelarse el abuso, miles de supuestos representantes de Dios en la Tierra se han comportado como el mismísimo diablo. Por ello, la institución que defiende los valores que ellos han pisoteado debería dejar de mirar hacia otro lado y dar un paso al frente. Firme, irreversible, definitivo. Tendría que entonar el mea culpa y poner negro sobre blanco los casos de pederastia en el seno de su casa, porque no es una cuestión de desconocimiento. Los tiene identificados e intencionadamente silenciados.

El servicio que acaba de poner en funcionamiento la diócesis de Teruel ha sido bautizado como Repara. No es casualidad. La Iglesia no puede hacer otra cosa a estas alturas más que pedir disculpas y poner todos los medios posibles para que no se repitan los abusos sexuales por parte de sus miembros. Las víctimas tendrán que soportar igualmente esa desgracia el resto de sus vidas, pero si por lo menos ven que la institución en la que un día confiaron reacciona adecuadamente, se podrán sentir mínimamente reconfortados. Ellos y todos.

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