Bastó con un zapatazo de Edu Oriol. Un regalo de Juanfran y un remate del catalán, en plena vena de aciertos, alargaron la vida del Zaragoza que, con un madrugador gol defendido hasta el final con otro ejemplo de esfuerzo titánico, cumplió con el segundo paso obligado, la victoria ante el Levante, y que sigue soñando tras un partido donde mereció vencer y en el que volvió a vivir en el filo de la navaja en los últimos minutos por culpa de la defensa de la estrategia, otras veces letal, aunque ayer solo provocó unos cuantos amagos de infarto entre el zaragocismo. El empate hubiera sido injusto y habría significado casi el certificado de defunción, sobre todo porque el Zaragoza había hecho méritos más que de sobra para ganar.

Con todo lo que había en juego, con una derrota que suponía el billete a Segunda de forma matemática, el Zaragoza salió sorprendentemente tranquilo. Con la presión adelantada, intensos en la recuperación y con Micael y Apoño asumiendo galones en la medular, el cuadro aragonés fue amo y señor del pleito. Avisó Lafita y Edu Oriol marcó tras un centro de Postiga en el que Cabral y Juanfran, exzaragocista para más señas, fueron grandes amigos. El gol sentó bien al conjunto aragonés, pero obligó al Levante, muy mermado sin Koné y Barkero, a enseñar algo las garras. Lo hizo en la estrategia. No podía ser de otra forma. Valdo, tras un córner, e Iborrra, tras una falta y con una gran parada de Roberto, llevaron el susto a La Romareda. Un mal remate de Lafita tras la acción de Zuculini y una buena jugada de Edu Oriol que la finalizó de forma pésima fueron las mejores ocasiones zaragocistas antes del intermedio. Juan Ignacio Martínez decidió arriesgar algo más tras el descanso. Para eso se jugaban el billete europeo, claro. Quitó el trivote con el adiós de un apagado Farinós y dio entrada a Rubén Suárez.

Aun así, el control del partido era zaragocista tras el descanso, una excelente noticia. A Apoño se le fundían poco a poco los plomos, pero el Zaragoza se sostenía en el fútbol de Micael y en el trabajo de Lafita y, sobre todo, de Postiga, otra vez enorme y generoso como referencia. La entrada de Pinter también dio más consistencia. El peligro, salvo un córner rematado por Iborra, andaba lejos de Roberto, pero el esfuerzo comenzó a pasar factura. También los nervios y la ansiedad. Cabral la tuvo en un saque de esquina y quien más quien menos en La Romareda ya sabía que tocaba sufrir, que los últimos minutos iban a ser de órdago.

Con el Zaragoza aculado, con el Levante buscando el empate capitaneado por Rubén y tras la entrada al césped de El Zhar, La Romareda bufandeó y cantó el himno para dar el último aliento. Algunos seguro que rezarían. Pinter despejó un remate de Valdo en un córner, Ghezzal tuvo otra en el enésimo, sacado rápido esta vez, pero el empate no llegó. Sí, el Zaragoza todavía vive.