El 13 de mayo del 2012 yo estuve allí. En el Coliseum Alfonso Pérez. Fui uno de esos 13.000 zaragocistas que empujaron al Real Zaragoza hasta alcanzar la salvación. Animé en cada jugada. Me desgañité en cada pase. Perdí la razón cuando se metió el primer gol, y me embriagué de locura cuando entró el segundo. Miré una y otra vez el marcador porque por momentos creí estar en un sueño. Me abracé con los aficionados que tenía a mi lado, aún sin conocerlos. Simplemente fui feliz. Me sentí orgulloso de mi escudo. De mi equipo. De mi tierra. De mi gente. También privilegiado por poder vivir en primera persona un encuentro así. Por ser testigo de un hecho histórico que nunca olvidaré. Que jamás sacaré de mi mente.

Estas sensaciones recorrieron el cuerpo de todos los zaragocistas desplazados el domingo hasta Getafe. Son los sentimientos de aquellos que, enfundados con las camisetas y bufandas del Real Zaragoza, invadieron Madrid. Gracias a ellos el 13 de mayo fue una auténtica fiesta. Un día en el que todos remaron en la misma dirección. Ya que sin ellos, sin su empuje, todo esto hubiese sido imposible. Simplemente se respiró zaragocismo en estado puro. Un sentimiento sano, sin rivalidades, que obligó a los azulones a rendirse a sus pies.

La felicidad fue igual para todos, pero cada zaragocista vivió la salvación de un modo particular. Manuel Plato, un zaragozano afincado en Alemania, viajó de propio hasta Getafe para presenciar la salvación de su equipo: "Este partido me hizo recapacitar sobre qué significa realmente ser zaragocista. Es muy fácil apoyar en la gloria, pero ante la penuria son muchos los que huyen. El domingo se demostró que esta afición no es de esas. Cuando volvamos a ser un grande barreremos a cualquier equipo que se nos ponga por delante". César Pérez, al contrario que Manuel, no tuvo que viajar hasta Getafe porque pese a ser zaragozano se encuentra en la capital de España estudiando. Tras el partido vió como parte de Madrid celebraba la victoria blanca, mientras su corazón blanquillo palpitaba zaragocismo. "Nosotros preferimos ver bailar a Jiménez una jota en el Pilar, que a Casillas en la Cibeles celebrando un título. Esto aquí nunca lo comprenderán", dice Pérez, a lo que añade: "Me marché del Coliseum impregnando Madrid de zaragocismo. Sintiendo orgullo, respeto y pasión por mis colores. Los madrileños me felicitaban en el metro diciéndome: 'esa es una camiseta como Dios manda' o 'qué cojones tenéis'".

Otro zaragocista, Eduardo Defilpe, se marchaba de Getafe hacia Calatayud fervosoro: "Estuve en la final de Copa cuando jugamos contra el Espanyol pero nunca había vivido nada igual. Es emocionante ver cómo tanta gente sufre por lo mismo". Mientras, María Garcia aprovechaba cada uno de los 90 minutos del partido como si fueran únicos porque era la primera vez que se desplazaba con su equipo. "Escuchar a un estadio entero, que no es La Romareda, cantar al unísono el himno del Zaragoza pone los pelos de punta", afirma esta joven zaragocista que no dudará en acudir a más desplazamientos. Otros, como Perico Mata, prefirieron llevarse del Coliseum un asiento para rememorar la victoria: "Al conseguir la salvación me di cuenta de lo que puede hacer una afición unida y que no deberíamos de estar peleando por continuar en Primera, sino por Europa. Es lo que nos toca por tradición". Cinco historias. Cinco formas diferentes y a la vez tan iguales de vivir y sentir el zaragocismo.