Durante los primeros 45 minutos en Tenerife, o al menos 30, el Real Zaragoza dejó intuir un hilo de esperanza. Jugó bien al fútbol, con control del partido, agilidad, movimiento lúcido de balón y de manera convincente. La segunda mitad fue ya otra cosa. Pero de aquel empate y de la derrota sorprendente del Huesca en Santander, si es que algo extraña en esta categoría a estas alturas, nació una nueva vida, la enésima bola extra de este final de Liga que el equipo y Víctor Fernández malgastaron de la peor manera, humillados y avergonzados ante un rival que se paseó por La Romareda y se llevó el mismo botín que todos los visitantes tras el parón: la victoria.

El Real Zaragoza podía acabar la jornada un punto por encima del Huesca y depender de sí mismo para ascender. La termina dos puntos por detrás con solo dos jornadas por delante y, esta vez, con las peores perspectivas. La primera parte de Tenerife fue un espejismo. La trayectoria no engaña. Dos triunfos en nueve encuentros. Un equipo hundido físicamente, diríamos que maltratado. Suárez lejos de aquella bestia feroz e indefendible que fue, Cristian sustituido, Vigaray fundido, Guti relevado al descanso. Un equipo con aspecto cadavérico y desnortado en la dirección. La idea de Víctor de darle la titularidad al invisible Pereira resultó un fiasco. Una tremenda ocurrencia. El entrenador está superado. Cualquiera con otro nombre y otro apellido tendría el destino escrito. Los que salieron después, Burgui o Kagawa, se pusieron a su altura, que lamentablemente se asemeja a la del luso.

Da la impresión de que al Real Zaragoza incluso le falta rasmia, empuje, deseo y actitud. Nada de eso. Es algo más simple y preocupante. Ahora mismo, no da más de sí. Está tieso. Ahí está la situación de alarma. Así, salvo milagro, no se podrá. Hoy más que nunca parece todo perdido. Aunque todavía no lo está. Vaya usted a saber qué deparará esta Segunda.