La calma chicha en la que ha vivido instalado el Real Zaragoza durante muchos años, ideal para una navegación tranquila y con el oleaje controlado, ha saltado por los aires en los últimos tiempos y el clima diario está ahora azotado por continuos golpes de un intenso viento del mar que no deja de soplar. Todo se ha alborotado. Aquella presunta inicial comunión de voluntades en la propia Sociedad Anónima se ha convertido en una guerra de intereses todavía más particulares. El surrealista proceso de venta ha agrietado por completo el consejo de administración, con escenificación de la fractura y de la dimensión del pulso en la plaza pública incluidas, con sus notorias consecuencias. Cada sacudida que se produce en la cúspide de la pirámide tiene una repercusión directa sobre el resto de la estructura deportiva y social de la entidad.

Ese modus operandi de los propietarios de la SAD, la cada vez más compleja realidad financiera, con problemas de pago y de cobro reiterados, la recurrente incapacidad para alcanzar los objetivos deportivos y los extravagantes y cuestionados movimientos en el mercado de Miguel Torrecilla, cuya popularidad está cada vez más dañada, han terminando de colmar el vaso de la paciencia de la masa social con más aguante de la historia del club. Cansado de estar cansado, el zaragocismo ha empezado a organizarse como se organizan hoy en día los colectivos, vía redes sociales, para mostrar su malestar, activar mecanismos grupales de movilización y protestar contra la gestión.

Sobre el campo, la agitación no es menor. El punto de Ponferrada ha suavizado ligeramente los malos vientos que rodeaban al equipo después de las derrotas contra el Almería, el Tenerife y el Mirandés. Fue un punto más, que hizo bueno Cristian Álvarez, pero puso de manifiesto la inseguridad que rodea ahora mismo al entrenador, con su manera de acabar el partido, y al propio grupo, que ha perdido la confianza, el instinto y aquel juego que tuvo frente al Sporting, el Eibar o en Las Palmas, y que si tuvo es que puede volver a tener.

Demasiados conflictos en estos momentos alrededor del Real Zaragoza. Demasiada inestabilidad. Demasiados nervios. Demasiadas deudas que atender. Demasiada demora en comprender que este ciclo institucional está completamente agotado. El club y el equipo van de sobresalto en sobresalto. El momento es crítico. Cada temblor afecta a la estructura interna, revoluciona el entorno y condiciona la vida deportiva del grupo con el primer objetivo, la permanencia, todavía lejos de alcanzarse. Alguien debería pararse a medir los peligrosos riesgos que todo ello entraña.