Eguaras es ya un clásico del Real Zaragoza. Ayudado por el contexto, lejos de las glorias de otros tiempos y de la Primera División, donde la nota de corte hubiera sido significativamente superior y convertido en imposible cosas que en este periodo han sido posibles, el centrocampista navarro ha vestido la blanquilla en 168 partidos, una cifra de enjundia. Más que Nayim, que Arrúa, que Víctor Muñoz, que Juanele o que Galletti, por ejemplo. Eguaras lleva cinco temporadas en el Real Zaragoza y en algunas de ellas, en las que el equipo estuvo más cerca de soñar con volver a la élite, su nivel fue notable en líneas generales. A pesar de su inconstancia, cuando ha estado bien, pocos mediocentros creativos de Segunda han alcanzado sus prestaciones en estos años.

Eguaras ha dado un buen rendimiento en el Real Zaragoza. Fue un fichaje acertado en su día: libre y sin coste. Tiene 29 años, todavía una edad adecuada para rendir. Sin embargo, a pesar de que ha tocado el violín de manera muy afinada muchas veces, no ha conseguido dar el salto a Primera, ni llevando al Real Zaragoza hasta esa anhelada meta ni en otro lugar. Sus déficits, sus carencias, han pesado mucho en su contra y le han anclado en el segundo escalón. En sus cuatro primeras campañas en el club jugó 38, 29, 37 y 35 encuentros, siempre por encima de los 2.000 minutos y en dos ocasiones superando los 3.000, lo que da idea de su importantísimo peso en la estructura colectiva.

Ahora atraviesa su peor momento en el Real Zaragoza. Juan Ignacio Martínez le dio el timón del equipo al inicio de la Liga y él respondió con un nivel más que suficiente, que, sin embargo, progresivamente ha ido olvidando. En las últimas semanas, Íñigo ha perdido su privilegiado estatus en favor de Petrovic, sin que el serbio haya hecho nada de mención ni él méritos para recuperarlo. La posición del navarro es de debilidad. Viene de no jugar en la Copa del Rey contra el Sevilla ni en Ponferrada, después de un desastroso partido en Miranda, el suyo como el del resto o incluso más.

Siempre fue así: cuando Eguaras está mal, con esas pérdidas de alto riesgo, su juego desespera. Anduva ha sido el último ejemplo. Pero en la plantilla que ahora mismo tiene este Real Zaragoza de Torrecilla y familia, de cuya pomada hacen falta toneladas para suavizar el picor de alguna de sus decisiones, es uno de los pocos jugadores que, en plenitud, tienen absoluta conciencia de que la pelota es redonda y facultades para golpearla con decencia y enviarla con precisión donde su cabeza manda.