La opinión de Sergio Pérez
Escribá y un Real Zaragoza del que sentirse orgulloso
En este buen final de temporada, el técnico está empezando a construir el Zaragoza 23-24, dotándole de identidad, asentando unos pilares y creando un ADN del que sentirse orgulloso. En verano, el club tendrá que contratar calidad futbolística, oficio, saber estar y madurez para dar un salto hacia arriba
A poco que el equipo le da, la afición recoge todavía más el guante. En los dos últimos meses, el Real Zaragoza le ha dado puntos, una sensible mejoría y motivos para jugar al ilusionismo, haciendo aparecer la fantasía del sexto puesto después de que hubiera desaparecido durante toda la temporada. Hasta la guarida del líder de Segunda llevaron varios centenares de seguidores ese juego de ficción-realidad que había renacido con el punto ante el Levante y los dos triunfos seguidos frente al Granada y el Racing. La mejor afición de Segunda, como la definió Jair tras el partido de modo muy gráfico.
De Ipurua regresó el Real Zaragoza con un punto con sabor amargo, un empate que debió ser una victoria por cómo se desarrolló el encuentro: 0-1 en ventaja después de resistir los continuos achuchones locales de la primera parte, expulsión del rival en el minuto 67 y la situación en franquía para intentar alimentar ese sueño utópico que había corrido como la pólvora de seguidor en seguidor. Una vez más, la gestión de la ventaja numérica y del resultado a favor no fue la mejor y el equipo dejó escapar dos puntos cuando tuvo al alcance los tres, un escenario que se ha repetido esta campaña con reiteración.
Después de que Jair firmara el 0-1 en la última acción de la primera mitad, tras una buena jugada ofensiva de Bebé, convirtiendo una baldosa de césped en un latifundio, Bermejo desatendió la presión en la ayuda en el costado derecho. Ese fallo de concentración, esa falta de continuidad defensiva, ese último esfuerzo no realizado, generó el espacio por el que el Eibar encontró el empate en el otro costado, por el que entró Tejero para materializar el 1-1 con Bebé llegando tarde. Ahí se escaparon dos puntos que hubieran amamantado esa ilusión colectiva que el empate desinfló.
En cualquier caso, el Zaragoza encadenó su noveno encuentro seguido sin perder y reafirmó su notable mejoría primaveral. Escribá le ha dado la vuelta al equipo como un calcetín y, con la recuperación de efectivos, ha construido un bloque muy sólido atrás (otro partido tremendamente solvente de la pareja Jair-Lluís López), muy competitivo, resistente, de actitud sobresaliente, duro, con confianza en lo que hace y potencia suficiente para lograr buenos resultados. En ataque la flecha también apunta hacia arriba después de toda la Liga mirando hacia abajo.
Escribá seguirá la próxima temporada en el banquillo y dirigirá lo que será, seguro, un proyecto con más armas para buscar el ascenso. La primera, más dinero y más límite salarial. En este buen final de Liga, el técnico está empezando a construir el Zaragoza 23-24, dotándole de identidad, asentando unos pilares y creando un ADN del que sentirse orgulloso. Todavía quedan muchas cosas por mejorar. La gestión de la ventaja numérica volvió a ser mala en Eibar, pero sobre todo el club tiene pendiente una tarea prioritaria para este verano: colocar a la plantilla de la próxima temporada en un escalón superior a la actual, ese lugar donde habitan virtudes tangibles como una mayor calidad futbolística e intangibles como el oficio, la madurez y el saber estar, que nunca parece que están pero que es imprescindible que estén para que los sueños puedan hacerse realidad.
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