La 8ª jornada de Segunda

El Zaragoza se pierde. La crónica del Real Zaragoza-Mirandés (0-1)

Segunda derrota seguida de un equipo aragonés sin fortuna ni fútbol que jugó toda la segunda parte con uno menos por expulsión de Enrich

Grau se lamenta a la conclusión del encuentro.

Grau se lamenta a la conclusión del encuentro. / ANGEL DE CASTRO

Jorge Oto

Jorge Oto

Se ha caído el Real Zaragoza y el daño es considerable. La baja de Francho ha provocado heridas serias a un equipo aragonés que ha perdido energía, intensidad, piernas, fe y, sobre todo, fútbol. El tozolón se veía venir desde hace tiempo a pesar de que las victorias seguían llegando porque el equipo dominaba las dos áreas, pero ya no. Este Zaragoza es otro bien distinto a aquel y, seguramente, requiere una intervención bastante más profunda que un simple cambio de gotero. Pero Escribá considera que no hay motivos todavía para cambiar el tratamiento, así que el enfermo, lejos de mejorar, va a peor.

Tres jornadas seguidas sin ganar, dos derrotas consecutivas y un punto de los últimos nueve advierten de que el Zaragoza tiene un problema que convendría no minimizar apelando a la clasificación. El Zaragoza ya no domina las áreas. Le marcan siempre y ya lleva dos partidos sin celebrar un tanto. Ante el Mirandés, eso sí, todo quedó condicionado por la expulsión de Sergi Enrich justo antes del descanso, lo que obligó al cuadro aragonés a afrontar toda la segunda mitad con un jugador menos y con un calor sofocante en una Romareda que ya no es inexpugnable. Todo fue mal. También un árbitro calamitoso. Y no es el primero.

Falló Escribá en la puesta en escena y en la gestión del partido. Fue valiente el técnico al disponer dos puntas a pesar de la inferioridad numérica, pero erró gravemente al no refrescar la medular cuando el encuentro encaraba su recta final. Solo echó mano de Marc mientras Grau y sobre todo Mesa corrían con la lengua fuera desde hace tiempo. Ahí ganó un Mirandés que supo aprovechar su oportunidad para dejar al Zaragoza sin liderato y tocado.

Salió de inicio Lecoeuche a pesar de que parecía precipitado. Incluso Escribá había pregonado a los cuatro vientos que el francés, si acaso, estaría para alguno de los dos partidos de esta semana. Pero la apuesta por el lateral, que, por supuesto, no acabó el partido por calambres, mandó a Borge a la derecha en detrimento de Luna a pesar de la baja de Gámez. Raro, por lo menos.

Menos extraña fue la suplencia de Bakis, que dejó su puesto a un Enrich que tuvo el peor estreno posible en el once. Su expulsión, mitad error mitad infortunio, fue un lastre demasiado pesado y lo único relevante de una primera parte soporífera en la que el Zaragoza nunca tuvo nada claro y que tenía en Valera al único capaz de ver el fútbol en vertical.

Azón al larguero

Un centro de murciano al que Azón no llegó por poco parecía anunciar emociones fuertes. Pero nada más lejos de la realidad. El Mirandés, sostenido sobre esos tres centrales que casi siempre se le atragantan al Zaragoza, controlaba el partido renunciando a un balón al que los aragoneses sacaron orejas a base de balones largos. Un cabezazo desviado de Gabri a centro de Pablo Ramón y un servicio de Baeza al que Carlos Martín no llegó por poco dejaron claro que los visitantes trataban de explotar la espalda de los laterales zaragocistas. Es decir, lo de siempre.

El plan, si es que lo había, parecía presidido por la paciencia y la labor de desgaste del rival. Nada de presión alta ni intimidación. Así que la primera parte fue un tiempo perdido. Pero lo peor estaba por venir.

Porque un balón dividido en la frontal al que Enrich quiso atacar levantando el pie mientras Gabri se levantaba, acabó con el delantero local en la ducha por contactar con la cabeza del rival. La Romareda, que llevaba tiempo harta de Galech, enrojecía de ira, aunque Valera, el único peligro del Zaragoza, rozó el empate antes de enfilar el camino al vestuario con un disparo cruzado con la derecha. La cosa pintaba mal. 

Pero el Zaragoza salió valiente. Escribá decidió meter a Valera arriba junto a Azón para mantener atrás a un Mirandés que, por eso, mantuvo los tres centrales. Y la apuesta estuvo a punto de dar fruto con un cabezazo de Azón al larguero tras un buen centro de Lecouche.

La nefasta actuación arbitral soliviantó a un Zaragoza venido arriba y que hacía bueno aquello de que menos es más. Pero Lisci movió bien sus piezas mientras Gabri rozaba el tanto tras una gran jugada culminada con un tiro cruzado.

Escribá recurría a Vallejo y Marc para relevar a Azón y Moya, pero dejaba en el campo a Lecoeuche a pesar de la inactividad y la falta de ritmo. Cuatro minutos después, el francés salía del campo acalambrado. El Mirandés tenía el partido donde quería y al Zaragoza también. Una llegada por la derecha de Moreno acabó con un centro que Jair mandó a la red de Cristian a apenas dos minutos del 90. El Zaragoza encajaba el gol justo cuando se disponía a firmar el empate con sangre.

Tocaba apelar a la heroica e ir con todo a por el empate. Vallejo pudo hacerlo pero estrelló su disparo en el meta burgalés. Y, hasta el final, todo fue un caos. Aunque, en realidad, no pasó nada. El Mirandés se había salido con la suya y dejaba al Zaragoza con cara de tonto. Y de enfermo.